El papel de las vivencias
Lic. Domingo Boari, Lic. Vivian Secco

ABSTRACT

Este año, en las reuniones de colegas en Ditem, debatimos en muchas ocasiones acerca de “El poder de la vivencias” como generador de cambio psíquico. En esos intercambios tomamos conciencia de que la teoría freudiana ofrece sólidos fundamentos para comprender por qué las vivencias tienen el papel central en los procesos psicoterapéuticos y por qué esto es más cierto aún cuando se trata de patologías graves.

Repacemos los conceptos de Freud sobre la función de las vivencias en la conformación del aparato psíquico y en la constitución del sujeto, tanto en sus aspectos sanos (desarrollados o no), como en sus aspectos enfermos.

 

  1. Vivencias constitutivas del aparato psíquico

Freud (1895a; 1900a) imagina dos momentos o hechos muy significativos que permiten la estructuración inicial de un aparato psíquico: la vivencia de satisfacción y la vivencia de dolor. Gracias a esa organización incipiente es posible primero la supervivencia (evitar los peligros y procurarse alimento) y luego el desarrollo.

La vivencia de satisfacción, el camino de procurarse alimento, etc.

Cuando surge la necesidad, aumenta la tensión. La respuesta simple del bebé es buscar el alivio a través de la descarga. Esta descarga, dice Freud, termina provocando “una alteración interna” o “expresión emocional”: el niño hambriento, inerme, llora o patalea. Solo puede sobrevenir un cambio cuando, por el cuidado ajeno, “se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno.” Freud (1900a, p.557). Cuando reaparezca la necesidad, el bebé querrá investir otra vez la huella mnémica del objeto que le brindó satisfacción. La moción que lleva a la recarga de la huella mnémica de satisfacción es lo que llamamos deseo: queremos que vuelva el objeto que dio satisfacción.

Pero aquí surge una cuestión. La tendencia natural será re investir en forma completa la huella de la experiencia, con lo cual el bebé tendrá una alucinación que no le acarreará la satisfacción esperada. El segundo paso en el desarrollo del incipiente aparato psíquico será entonces aprender a inhibir la descarga alucinatoria, es decir, aprender a recargar la huella del recuerdo, pero no la huella de la percepción. Es necesario esperar que llegue el objeto en el mundo externo.

Estos son los dos primeros pasos para la constitución del núcleo elemental primario del psiquismo para satisfacer las necesidades internas: obtener la satisfacción (por auxilio ajeno) y, luego, inhibir la descarga alucinatoria cuando reaparece la necesidad.

El tercer paso será la repetición del auxilio ajeno en sucesivas ocasiones aportando la satisfacción. Se refuerza así la primera vivencia y se favorece el crecimiento del psiquismo.

En este fragmento Freud incluye un comentario sobre la asistencia materna como la fuente de todo entendimiento o comunicación. Dice también que “el desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales” (Freud, 1950a, p.363).[1]

La vivencia de dolor, el camino de evitar los daños.

En la naturaleza de lo vivo esta la tendencia a huir de todo incremento de estímulo, porque eso produce displacer. El dolor, por definición, surge cuando grandes cantidades que irrumpen desde el exterior y elevan la tensión. Si las cantidades son muy grandes, atraviesan la materia viva sin dejar huella constructiva. No hay formación de aparato. (En la metáfora del Proyecto…, la neurona (N) atravesada por la cantidad fluyente (Q), deviene totalmente pasadera y no registra memoria.)

En cambio cuando la tensión aumenta produciendo el dolor pero el aparato puede ejecutar la acción de huir y evitar la continuidad del sufrimiento, tenemos una vivencia de dolor que deja una huella. Naturalmente el aparato tenderá a evitar el recuerdo de esa vivencia (re investir esa huella), porque el solo recuerdo, en parte, reproduce el dolor. Pero si para no sufrir no lo recuerda, quedará expuesto a encontrarse una y otra vez con el objeto causante de dolor. Si fuera así, el aparato no crecería.

Para desarrollarse y aprender a evitar eficazmente el dolor el aparato psíquico incipiente tendrá que reproducir y tolerar pequeñas cantidades de dolor a través de un recuerdo, por así decir controlado, del objeto hostil.

En este punto Freud hace notar que la cancelación del dolor sucede cuando aparece en la percepción un objeto que sustituye al que produce displacer. “La emergencia de otro objeto en lugar del hostil fue la señal de que la vivencia de dolor había terminado” (1950a, p.367). La reproducción completa de la vivencia de dolor implica entonces el recuerdo acotado del objeto hostil y la aparición en el recuerdo del objeto que hizo cesar el dolor (sustituyente del objeto hostil).

Es decir, la vivencia de dolor es constructiva porque el aparato logra superar la natural tendencia a alejarse de lo displacentero: es capaz de reproducir un recuerdo doloroso (controlado, mantenido a raya) a los fines vitales de no volver a caer en el dolor a plena cantidad.

La capacidad de recordar el objeto hostil, para poder evitarlo, constituye lo que Freud llama “la defensa primaria” y es la base de todas las defensas que posibilitan el desarrollo del aparato psíquico. La defensa primaria consiste en retirarse de lo doloroso en busca del objeto que apareció en lugar del que causaba daño.[2]

Nos parece importante subrayar algunas conclusiones a partir de lo que venimos sintetizando: las llamadas “primera vivencia de satisfacción” y “primera vivencia de dolor” no son experiencias aisladas. Son fundantes: son el punto de partida de las vivencias que constituyen el aparato. En el caso de la vivencia de satisfacción implica reemplazar la simple descarga por la acción (auxiliada) que hizo cesar el hambre. Y en un segundo paso, inhibir la alucinación para llegar otra vez a la acción eficaz. Es decir, estamos hablando de un crecimiento que implica sustituir el principio de placer por el principio de realidad.

En el caso de la vivencia de dolor es semejante. La reproducción completa de la vivencia de dolor implica el recuerdo acotado del objeto hostil y la aparición en el recuerdo del objeto que hizo cesar el dolor. Lograr la capacidad de tolerar un dolor para encontrar el camino de evitarlo es también esencialmente un gran paso en el proceso de reemplazar el principio de placer por el de realidad.

Estas primeras vivencias son, para Freud, el núcleo originario del aparato psíquico. Nótese que en el Proyecto…, luego de los puntos sobre las vivencias de satisfacción y de dolor y sus consecuencias, Freud introduce el concepto de yo. Todo el desarrollo posterior es por sumación de vivencias que enriquecen, desarrollan, despliegan, amplían el mundo interior, siguiendo siempre el modelo de la constitución de aquellas primeras vivencias.

 

  1. Vivencias enfermantes

Como bien sabemos, uno de los mayores aportes clínicos de Freud fue concebir la enfermedad psíquica como resultado de la historia del paciente.

El concepto de series complementarias cobra aquí máximo interés, porque Freud, al clasificar las etapas del vivenciar, resalta, sin proponérselo, el valor de las vivencias a lo largo de los distintos momentos de la historia.

Recordemos que Freud había imaginado dos series:

  1. a) la serie predisposición, formada por dos tipos de vivencias: lo constitucional o “vivenciar prehistórico” (Freud, 1916-17, p.329) más el vivenciar infantil; y
  2. b) la serie desencadenante, surgida del vivenciar accidental del adulto.

 

Si es verdad que de acuerdo al concepto de series complementarias todo nuestro enfermar se fundamenta en nuestra historia personal, con el mismo criterio es igualmente verdad que toda nuestra vida anímica, todo lo que somos efectivamente y toda nuestra virtualidad sana, nuestro potencial, nuestras capacidades, nuestros recursos yoicos —desplegados o no—, son el resultado de la suma de nuestro vivenciar, o sea, de nuestra historia.

Hay quienes sostienen y demuestran (Bateson, 1979; Ricoeur, 1985) que estamos hechos de historias, y creemos que con lo que venimos diciendo hasta aquí podemos concordar en que la historia de cada uno es una larga concatenación de vivencias. Y tal vez, más que la imagen de una cadena, lo que mejor puede representarnos es la metáfora de que estamos hechos de un retículo de vivencias, con el agregado no menos importante de que nuestro retículo se entrama con los retículos de nuestros semejantes más cercanos y significativos, en una red que, ampliándose en círculos concéntricos y pasando primero por la familia, llega hasta los círculos más distantes, incluyendo a la humanidad y la naturaleza toda.

 

  1. El proceso terapéutico y las vivencias que esperan ser contadas

Volviendo a tema de nuestro interés actual, las vivencias en el proceso terapéutico, el concepto de series complementarias, en tanto sumación de todo nuestro vivenciar, no sólo sirve para explicar la formación de síntomas, sirve también para tomar conciencia de que el tratamiento se basa en la consideración en todos los momentos históricos de la vida del sujeto.

Freud concibió y le fue dando forma a un dispositivo para el tratamiento individual de las neurosis, en cual, a través de la reactualización de la historia en la transferencia, se hizo posible deshacer mecanismos de defensas, superar conflictos inconscientes y recuperar vivencias reprimidas para integrarlas en el decurso de la historia personal.

Sin embargo, las enfermedades más graves llegaron a mostrar los límites del dispositivo terapéutico individual.

Cuando más allá de los conflictos y las represiones nos encontramos con daños psíquicos muy severos, observamos situaciones de déficit o de carencias en las que las vivencias parecen haberse perdido para siempre. En este caso “la historia” es muy diferente ―si es que se le puede llamar historia― y el papel de la terapia parece ser totalmente distinto. Son esas historias para las cuales no hay palabras, vivencias de desamparo, de vacíos, de oquedades, de espacios blancos, de traumas arrasadores; vivencias que nunca llegaron a historizarse, cuentos que nunca llegaron a contarse, relatos nunca referidos, narraciones de la no narración. Se ha dicho que en estos casos debe ponerse significación allí donde no la había; se ha dicho que aquí no sirve la a di levare, que el analista “creativamente” debe construir, rellenar, “dar sentido a lo sin sentido”.

Creemos que es más conveniente pensarlo y decirlo de otra manera. Porque paradójicamente, la carencia no carece de significados. Aunque el paciente no tenga palabras, representaciones, verbalizaciones para referir sus vivencias; aunque carezca de un preconsciente suficientemente rico para representar o “mentalizar” los sucesos que lo dejaron psíquicamente devastado,  aun así trae una historia particular, propia, personal. Trae vivencias insertas, inscriptas, tal vez no en su “mente”, pero sí en algún lugar de su ser. Se diría que el trauma y la carencia se han “encarnado”, se han hecho cuerpo, o acto, o “grito” bajo las formas más variadas. Pero no podemos llenar su vacío con cualquier vivencia, por creativa y estética que sea; es un hueco que sólo admite ser llenado, fragmento a fragmento, con las singularidades de la historia vivida. Debajo de las lápidas de sufrimientos sin nombre, mudas, latentes, yacen vivencias que esperan ser contadas.

Y justamente aquí, donde otros tratamientos encuentran sus límites, es donde el Psicoanálisis Multifamiliar, como dispositivo colectivo, tiene la posibilidad de demostrar sus sorprendentes potencialidades. Cuando el equipo y el grupo todo funcionan bien, se llega a constituir una auténtica comunidad terapéutica en la que el vivenciar de unos genera el mejor ámbito para que vayan saliendo a la luz y cobrando vida vivencias traumáticas y enfermantes que de otro modo nunca habrían encontrado el modo de ser curadas.

 

 

  1. Bibliografía

 

Bateson, Gregory (1979) Espíritu y Naturaleza, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1981.

Freud, Sigmund (1950a), Proyecto de Psicología para neurólogos, en O.C., Tomo I, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.

Freud, Sigmund (1900a), La Interpretación de los sueños, en O.C., Tomos IV y V, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.

Freud, Sigmund (1916-17), Conferencias de introducción al psicoanálisis, en O.C., Tomo XV y XVI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.

Ricoeur, Paul (1985) Tiempo y Narración, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.

[1] Jorge García Badaracco señaló en diversas ocasiones que en los textos freudianos hay muchas insinuaciones que constituyen potenciales no desarrollados de la teoría. A nuestro modo de ver, esta afirmación en el Proyecto… sobre la relación de bebé inerme y el auxilio materno es uno de los mejores ejemplos porque es acá, en 1895, donde Freud es más “vincularista” que nunca.

 

[2] Curiosamente en la descripción de en esta vivencia de aprender a tolerar el dolor y promover el recuerdo del objeto que canceló el sufrimiento, Freud no incluye la participación de un tercero, por ejemplo la madre.

 

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