INTERVENIR EN LOS GRUPOS DE PSICOANÁLISIS MULTIFAMILIAR: CÓMO, CUANDO, POR QUÉ Y PARA QUÉ
María Elisa Mitre

La relación con mis pacientes me ha enseñado la humildad y la necesidad del otro para ser y convertirse en uno mismo.

                                                           M. Masud R. Khan

Curar desde las vivencias

               Queremos poner de relieve que, tanto en psiquiatría como en psicoanálisis, podemos lograr avances importantes si centramos nuestra preocupación en atender de una manera cuidadosa el sufrimiento psíquico manifiesto o subyacente, (Una nueva manera de pensar el psicoanálisis como modo de superar controversias y encrucijadas interminables. García Badaracco J., Mitre M.E., Fonzi A., 2009). Nos centramos en la evidencia de que el sufrimiento psíquico abordado desde el enfoque del Psicoanálisis Multifamiliar permite superar y enriquecer la hipercomplejidad de las tramas enfermantes en las que podemos estar atrapados por su misma invisibilidad en tanto constituye el fondo del si mismo. Son éstas las que llamamos “interdependencias recíprocas”, que nos provocan el sufrimiento, inconsciente en parte, que suelen estar enmascaradas en forma de síntomas. “Curarse es poder pensar lo no pensado por haber podido acceder a vivir lo no vivido, que implica una apertura mental o el poder acceder a una mente ampliada[1]

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                 Después de muchos años de trabajar con pacientes graves en el contexto de los grupos de psicoanálisis multifamiliar, consideramos que es fundamental trabajar con las vivencias. Decimos que trabajamos con las vivencias porque no se las puede ubicar como recuerdos, siendo estas muy intensas y se ha negado el contexto en el cual se produjeron. La vivencia se va desplegando en el grupo, a veces en forma de actuaciones, luego se transforma en recuerdos contenidos en la misma vivencia.

Dice García Badaracco: “La vivencia trae consigo el núcleo de una dificultad vivida y, al mismo tiempo, la ausencia de poder contar con alguien en el momento de la dificultad”.[2] Cuando esto se reactiva en un contexto nuevo, en el sentido de poder contar con alguien, permite la transformación paulatina de la vivencia. Cuando se despierta la vivencia, si es placentera nos transmite serenidad, alivio y se termina por momentos la angustia que provoca la incertidumbre.

               Las vivencias no mienten. Podemos mentirnos con los recuerdos y las palabras, pero no es posible mentirnos con las vivencias. La vivencia se va desplegando en el grupo, a veces en forma de actuaciones y se transforma en recuerdos contenidos dentro de la misma vivencia.

               “Lo que queda grabado en el alma son las vivencias, la conexión emocional con el otro, los vínculos de interdependencia sana. Las palabras sin emoción se esfuman, pierden o cambian de significado”. Las voces del silencio. Mitre M. E 2016. pp. 177.

               En contraposición, en su crítica a Freud (1982) Ferenczi señala: “La relación intensamente emocional, de tipo hipnótico sugestivo, que existía entre el médico y su paciente, se fue enfriando progresivamente para convertirse en una suerte de experiencia infinita de asociaciones y, por ende, en un proceso esencialmente intelectual”

En el grupo se pueden lograr experiencias emocionales nuevas que nunca existieron y que resultan vitales para el crecimiento psicoemocional y para el desarrollo de recursos yoicos, fundamentales para enfrentar la realidad.

Lo que nosotros aprendemos en los grupos es un aprendizaje vivencial: “La presencia de alguien con quien se puede compartir y comunicar alegría y sufrimiento (amor y comprensión) cura el trauma.” Ferenczi. S ( Journal Clinic 1985.)

Hay personas que crecieron en ambientes en los que han sido sometidos a interdependencias recíprocas enfermantes. El yo ha funcionado siempre muy referido a los otros desde identificaciones que interfirieron la necesaria realización de experiencias emocionales enriquecedoras. Predominaron las experiencias realizadas desde identificaciones alienantes que configuraron un falso self que bloqueó la maduración con autonomía y el desarrollo de recursos yoicos propios genuinos necesarios para poder vivir la vida con cierta plenitud.

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Si los terapeutas somos sinceros en el encuentro con el otro, es posible que por primera vez ese otro tenga confianza, pueda contar con nosotros y comparta situaciones dolorosas que nunca pudo compartir con alguien.

Este aspecto ha sido trabajado por varios autores: Bion y Winnicott son los referentes más conocidos. A su vez, Canestri J. (1994) dice que contener a un paciente incluye la necesidad en la comunicación y en el vínculo de un acercamiento vivencial con él.

Nosotros decimos que solamente cuando las personas se sienten contenidas es que pueden transformar en placentero su mundo vivencial doloroso.

El contexto de solidaridad y escucha en el que se desarrollan los grupos multifamiliares ayuda a que cuando se despierta una vivencia de sufrimiento resulte pasible de ser elaborada.

Hacer sentir cómodo al otro es la condición sine qua non para que la terapia pueda prosperar. Pienso que este concepto no fue suficientemente desarrollado, aunque Harry Guntrip (International Revue of Psychoanalysis. Vol. 2. Parte 2. 1975) describe que en su análisis con Winnicott pudo levantar su amnesia infantil después de 70 años. Cuenta que el consultorio estaba cuidadosamente planeado por los Winnicott, según la esposa, para que el paciente se sintiera cómodo: “Siempre encontraba, en Winnicott, al ser humano espontáneo y cálido detrás del analista que me hacía interpretaciones exactas. Abría la puerta y aparecía con una taza de te en la mano y un alegre hola”.

Debemos tratar de crear un clima amigable que conduzca a la conversación entre todos. Sabemos, a partir de nuestra experiencia, que las personas que sufren no se han sentido cómodas o bien recibidas, (Mitre M. E. (pag. 199, 2016).  En el grupo se les da la oportunidad transformadora de vivir lo no vivido, que permite hacer vivible lo invivible, algo que jamás les ocurrió.

El contexto de solidaridad y escucha en el que se desarrollan los grupos multifamiliares ayuda a que cuando se despierta una vivencia de sufrimiento resulte menos traumática. Es preciso también quitarle el carácter traumático a nuestras intervenciones.

Sabemos, a partir de nuestra experiencia, que muy pocas personas en la vida se han sentido cómodas o bien recibidas. Es que muchas de ellas tampoco pudieron sentirse bien recibidas o cómodas con sus padres.

Debemos evitar que el grupo se convierta en un interrogatorio. Es importante el clima, la mirada, escuchar a los pacientes como si se contara con todo el tiempo del mundo.

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Nos ocupamos de crear un clima emocional diferente al enfermante, en el que sea posible revivir la situación traumática en un espacio de seguridad psicológica. Entendemos la enfermedad como una condición mental fabricada a causa de una historia de vida en la que los factores enfermantes quedaron a menudo en la oscuridad total, en secreto o en la sombra. Sabemos, como resultado de nuestra experiencia, que lo que genera la enfermedad son relaciones de interdependencias recíprocas enloquecedoras que dejan cicatrices por ser vivencias traumáticas. 

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A través de las vivencias traumáticas podemos operar más científicamente que a partir de los síntomas. Es como si tuviéramos que hacer oídos sordos a los síntomas.

La tarea es apuntar de manera permanente al verdadero ser, obviando los síntomas y rescatando lo que consideramos más auténtico dentro de su discurso. Dice Winnicott, “a Freud le interesaba curar los síntomas y a nosotros nos interesan las personas vivas, personas que viven y aman”. Rev. de Psicoanálisis 1981.

Interpretar el síntoma o un delirio y señalar que no es real conduce a un rechazo por parte del paciente que, desde una convicción delirante, necesita defenderlo, porque constituye para él una cuestión de vida o muerte, ya que siente que es lo único propio que tiene. La tarea es apuntar de manera permanente al verdadero ser, obviando los síntomas y rescatando lo que consideramos más auténtico dentro de su discurso. Recordemos que los pacientes son como los niños: no toleran la incertidumbre.

Es preciso ser muy cautelosos al comienzo del proceso terapéutico: controlar qué se dice o qué no se dice. Si los pacientes perciben algo así como una crítica sutil hacia los padres, o que intentamos un desprendimiento prematuro, el resultado puede provocar el abandono del tratamiento.

Debemos evitar las conversaciones individuales en el grupo que no den cuenta o interrumpan el hilo conductor de la coordinación. A través de hipótesis buscamos universalizar los sufrimientos. Pensamos que de ésta manera esas universalidades pueden enseñarnos más y ayudar mejor acerca de las singularidades de otros pacientes. (Una manera de pensar el caso César. III Jornada Clínica entre Instituciones Psicoanalíticas. 2008)

Tratamos de poner límites a las actitudes psicopáticas o perversas (entendemos por perversión el sadismo actuado) ya que llevaría a un clima que impide o perjudica la comprensión del dolor y su elaboración. Estos pacientes nunca tuvieron la experiencia de contar con un tercero que ponga límites al familiar que generaba el sufrimiento o mejor dicho lo que era vivido como una injusticia en estado de indefensión.

Es imposible que no experimentemos enojo frente a una interpretación o un señalamiento con el cual no coincidimos. Esto no nos sucede solo con los pacientes sino también con nuestros colegas. Es inherente a la naturaleza humana y el grupo nos ayuda a tolerar ese enojo.

               Las experiencias emocionales compartidas en los grupos corroboran nuestras hipótesis de manera sistemática: la disponibilidad de nuestra actitud es fundamental para que puedan ser abordadas. Fue pionero en este sentido Ferenczi: “Este pacto de amistad tácita permitía entonces al analista y al analizante colaborar en el develamiento del inconsciente”.

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Muchos pacientes oyen voces que los insultan y los denigran como si fueran niños maltratados por otros invisibles. Esas voces, que una vez existieron en el afuera, se van incorporando internamente, anulando el sí mismo verdadero. Por lo tanto, el niño en su desarrollo normal queda en suspenso; la espontaneidad se va desdibujando y el niño es reemplazado por los otros dentro de él. Vemos cómo en el relato tenemos que ir adivinando sus vivencias para recorrer con ellos el vacío de experiencias que nunca tuvieron y que deben transitar en su proceso terapéutico

               Nuestras intervenciones se articulan a partir de estas premisas:

               En primer lugar, es necesario preguntarnos qué es lo que necesitan los otros de nosotros y cómo podemos ayudarlos. Intentamos crear un clima de contención y confianza que permita el despertar de las vivencias. Muchas de ellas, sobre todo las traumáticas, quedaron sepultadas en la memoria vivencial, (Mitre M.E pp82) vividas en estado de indefensión, sin representación ni palabra. Lo que permanece en la memoria vivencial son los gestos, los climas, las expresiones amenazantes y de enojo.

               En segundo lugar, desde nuestra experiencia, puedo decir que nos ha dado buenos resultados formular la hipótesis que la persona que siente falta de libertad transmite una vivencia genuina, que tiene que ver con sentirse atrapado, paralizado o encerrado en la trama de interdependencias recíprocas en la que necesariamente vivimos los seres humanos. También, por otra parte, estas vivencias genuinas tienen el poder de hacernos sentir libres, plenos y con múltiples capacidades.

               Hay analistas y muchas personas en el grupo que creen que todas las sesiones deben ser dolorosas. Aunque pensemos que el análisis es útil sólo para las personas que sufren. Creemos en el valor de una relación que también puede ser alentadora y placentera. Relato de mi análisis con Winnicott. Little M. Pp. 63. Agrego esto porque muchas veces las personas sienten que si hablan de una mejoría o una vivencia gratificante, o situaciones nuevas que dejan de lado el dolor o el sufrimiento están siendo inoportunos. Por ejemplo, una paciente en un grupo dijo: perdonen. ¿Puedo traer algo bueno que me sucedió hoy?

Aunque en el grupo haya muchos pacientes, por supuesto incluyéndonos, existen tantas presencias que se multiplican en cada uno como las escobas de ˝El aprendiz de brujo˝. Esto demuestra la hipercomplejidad de esta tarea.  

Dice García Badaracco que “todos los pacientes mentales severos, si son adecuadamente tratados, en especial si se trabaja en un contexto psicoterapéutico multifamiliar, llegan en un momento dado de su proceso terapéutico a comportarse como enfant terribles. Es cuando ponen en evidencia, a través de actuaciones y transferencias, los vínculos intrapsíquicos enloquecedores por los que están habitados y en los que han quedado atrapados en su crecimiento psicoemocional”[3].

Es en este momento del proceso terapéutico que el paciente puede, a través de esas actuaciones, salir paulatinamente del sometimiento, al mismo tiempo que va surgiendo la recuperación de una verdadera espontaneidad. Acá juega un papel importante la personalidad del analista, su posibilidad de autocrítica y acceso al inconsciente. Como dice Kohut “únicamente la persistente y sincera aceptación por parte del analista de los reproches del paciente como algo (psicológicamente) realista, seguido por un prolongado intento de auto examinarse y suprimir las barreras interiores que se oponen a su captación empática, tiene, en definitiva, posibilidades de cambiar las cosas”. Cómo cura el psicoanálisis. Kohut H. Pp 265.

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               Un paciente, Horacio, recuerda de su infancia gritos, ruidos estrepitosos. Él y su madre fueron sometidos a toda clase de violencia. Su padre, alcohólico, solía abalanzarse sobre Horacio y besarlo. En ocasiones lo tomaba de los pelos y le decía a la madre que lo iba a matar. Horacio vivió este clima sin que nadie lo contuviese y le explicara nada. Creció robotizado, como viviendo a medias. Hasta que llegó a los grupos. Tenía identificaciones entrecruzadas. Por un lado, identificado con el sometimiento de su madre vivía en estado de alerta, aterrorizado. Por momentos era su padre que agredía físicamente sin ninguna razón.

En estos pacientes el psiquismo carece de autonomía y el funcionamiento compulsivo de la mente siempre está referido a otro superyoico. No son capaces de pensar con verdaderos pensamientos. Es como un actuar dentro de la mente con poca capacidad de simbolización. Todo sucede como si se hubiera coagulado lo auténtico y espontáneo, que son necesarios para un desarrollo sano de los recursos yoicos del sí mismo.

Este tipo de interpretaciones las pensamos pero no las transmitimos pues no incluyen los aspectos vivenciales del paciente. Si lo hiciéramos, se repetiría la relación de interdependencia patógena con otro, que indirectamente lo haría actuar de forma compulsiva, bloquea las emociones y perpetúa una situación de no cambio. Debemos trabajar más en lo que se dio que en lo que se dio. Son las vivencias nuevas y satisfactorias las que permiten el desarrollo del sí mismo.

Como si fueran niños, en los grupos parece que los tuviéramos que ir adivinando para recorrer con ellos el vacío de experiencias que nunca tuvieron y que deben transitar.

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               El paciente sólo logra salir del sometimiento de toda una vida a través de conductas actuadas. La agresión, de por sí, no es nada malo. Las conductas primero tienen que ser actuadas para luego ser pensadas.

Como ejemplo, puedo hablar de una paciente, Clara, que se levantó en un grupo y le gritó a la coordinadora: “¡Mamá te odio!”, levantando el puño como si fuera a golpearla. La coordinadora no se asustó, se acercó a ella y se lo bajó lentamente. Comenzó a llorar sin consuelo y dijo: “te vi como mi madre˝, ˝mi madre tenía tus mismos ojos”.

Este caso fue más espectacular porque se pudo ver, de forma inmediata, la reversibilidad de un proceso psicótico puesto en acción como una transferencia psicótica por la presencia serena y tranquilizadora de la terapeuta. También por el silencio y el respeto que prevalecieron en el grupo. Fue una confirmación del poder curativo de un otro cuando ese otro tiene la capacidad de dejar vivir la violencia psicótica en el contexto de una interdependencia recíproca sana que da seguridad. Esto que acabo de describir, no es fácil de comprender a través de una explicación teórica.

Traté de ser vivencial en mi relato con el objetivo de que el lector pueda identificarse con mi vivencia. Es en este momento del proceso terapéutico que el paciente tiene más recursos yoicos y puede, a través de actuaciones, salir paulatinamente del sometimiento al mismo tiempo que va surgiendo la recuperación de una verdadera espontaneidad.

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Tuvimos un paciente que por el solo hecho de escuchar los pasos de alguien que se acercaba al grupo, comenzaba a temblar y a decir, a los gritos: “¡No dejen entrar a mi padre que me va a destruir!”. Una terapeuta se le acercó, porque percibía que necesitaba un sostén que nunca tuvo para poder hablar. El grupo, como tercero, le permitió ligar ese recuerdo a situaciones de maltrato psicológico por parte de su padre, quien siempre lo hacía sentir mal y malo. Poco a poco asoció la vivencia de maltrato de toda una vida a ese padre que rechazaba su homosexualidad y lo humillaba violentamente. Pudo compartir en el grupo esa vivencia de terror de la infancia, acompañado y sostenido por nosotros.

Cuando se produce esta situación con un paciente, de forma simultánea, empiezan a surgir en los demás otras vivencias similares de miedos paralizantes y también la vivencia de sentirse malos porque estaban haciendo sufrir a los padres.

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Dijimos que el paciente siempre está referido a otro. Ocurre por lo general que los padres tienden a explicar no solamente lo que les sucede a sus hijos, lo cual anula la posibilidad del hijo de hacer su propio relato, sino que también tienden a explicar a sus hijos.

Considero que una intervención útil para que esto no suceda es decirle al padre o la madre: “Por qué no nos hablás de vos” o “Cómo era tu relación con tu madre”. De esta manera podemos lograr que comiencen a hablar de su propia historia: de ellos y desde ellos. Poco a poco logran compartir sus vivencias de sufrimiento sin estar referidos a sus hijos. Es entonces cuando los hijos comienzan a conocer el sí mismo de sus padres y se dan cuenta de que ellos también sufrieron. De esta manera empieza el proceso terapéutico de los padres. 

En este clima de solidaridad y esperanza los pacientes pueden desarrollar recursos yoicos para comenzar a salir del sometimiento que los llevó a enfermarse. Es la puesta en marcha del proceso terapéutico, pues el sujeto comienza a tener recursos para poder defenderse y reconocer en el terapeuta la capacidad para tolerar y ver más allá de las actuaciones.

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Rescatar la validez de las intervenciones de los pacientes implica que les estamos dando una oportunidad para autoafirmarse. Este reconocimiento es valorado por los otros integrantes del grupo, dado que la desvalorización ha sido lo que vivieron con sus familias.

Además de las identificaciones patológicas, los pacientes conservan aspectos propios sanos. Es importante estar atentos de manera permanente para detectar estos aspectos incluidos en esas identificaciones patógenas, y así darles a los pacientes la oportunidad de un nuevo desarrollo. Por esa razón, es necesario estar alerta a los primeros indicios que nos muestran que el paciente se está desidentificando de esos otros enloquecedores. Detectar una emoción dentro de un discurso compulsivo que parece no tener fin, el sentido del humor, el agradecimiento y otros aspectos sanos ponen en evidencia la aparición del verdadero self.

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No es nuestro objetivo principal hacer consciente lo inconsciente, eso se va a ir dando de forma paulatina. Este es un objetivo que se juega en la dimensión intelectual y, muy a menudo, no alcanza para destrabar el poder atrapante y enfermante de las interdependencias recíprocas.

Ver qué necesita el otro de nosotros es más central y más importante que hacer consciente lo inconsciente. En la medida que los pacientes sepan que pueden contar con nosotros, se sentirán menos fóbicos para mirar hacia adentro y reconocer las interdependencias recíprocas que los atrapan y entrampan.

No se trata de aplicar un conocimiento sino de descubrir qué necesita el otro de nosotros y cómo podemos brindarle ayuda. Buscamos que el paciente pueda ir desidentificándose de esas presencias que lo habitan y desarrolle su sí mismo verdadero.

Existen lealtades fanáticas que hacen que por mucho tiempo los hijos cuiden a los padres. Es preciso que puedan desarrollar recursos yoicos, previo a una puesta a prueba incesante en la transferencia psicótica. Esto les brindará confianza para que nos puedan hablar de lo que los hizo sufrir.  

Recordemos que los procesos terapéuticos son largos y penosos. Idas y vueltas recurrentes hasta que los hijos pueden abandonar el síntoma y desprenderse de sus padres sin sentirse invadidos por la angustia. De una u otra manera, ese otro significativo es generalmente indispensable en la vida emocional del sí mismo verdadero. Por eso, aunque haga sufrir, no pueden desprenderse fácilmente de ese otro con el que se reviven permanentemente las situaciones traumáticas

Insisto en que una condición necesaria es el respeto por las vivencias del otro, aunque uno sienta que el otro no tiene razón. Este respeto por la vivencia del paciente es el primer esbozo de subjetividad creado por la mente de los coordinadores.

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               En nuestra manera de intervenir, es más importante cómo se dice lo que se dice que el contenido mismo. Las palabras, el lenguaje corporal y la mirada son fundamentales. 

               Recordemos que los pacientes graves han construido personajes desde identificaciones con esos otros que los amenazaron y asustaron. Esas experiencias vivenciales fueron vividas sin recursos para poder neutralizarlas. Por eso quedaron como traumáticas. Los pacientes hablan desde esos personajes, estableciendo transferencias masivas difíciles de trabajar.

Trabajamos con la virtualidad sana potencial que subyace en esos personajes. Sabemos que en los grupos, cuando los pacientes, en transferencia psicótica, reclaman de forma compulsiva y violenta, el verdadero reclamo es que se les reconozca el nivel de sufrimiento que nunca les fue reconocido. Muchas veces, en una situación de reclamo violenta, nos detenemos y les decimos, por ejemplo: “Cómo debés haber sufrido”. Por lo general, esta intervención da lugar a que el paciente pueda conectarse con ese sufrimiento; la violencia cesa.

Es una forma de ponernos a prueba para ver si tenemos recursos yoicos suficientes para tolerar la violencia. Y también, si podemos con esos otros que los habitan. De este modo no quedamos atrapados en lo que manifiestan los personajes y rescatamos esta virtualidad sana a la que hice referencia. Esta es una de las maneras que utilizamos para desmontar a estos personajes.

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               No recurrimos a estrategias. Las estrategias, para nosotros, anulan el halo vivencial a las intervenciones. La autenticidad, el encuadre espontáneo, un estar disponible logran que el paciente comience a confiar más en nosotros. La coterapia permite que otro profesional vea la virtualidad sana que tal vez no estamos viendo. Un paciente puede estar discutiendo desde un personaje y un terapeuta comienza a discutir con ese personaje. La intervención de otro profesional rescata a éste, señalando, por ejemplo: “Pablo está muy asustado y nos grita porque es una manera de tapar sus miedos”. Acercarse al paciente en estas ocasiones lo tranquiliza y permite al terapeuta reconciliarse no sólo con el paciente, sino consígo mismo y lo mejor de sí mismo. La reconciliación es una experiencia emocional fundante.

               Puede ocurrir que los terapeutas estén hablando desde un personaje y esto es detectado en forma inmediata por el grupo que responde a sus intervenciones con rechazo.

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La mente siempre funciona en trama. Casi inmediatamente se detecta cuándo el paciente habla desde su sí mismo verdadero o desde una identificación. Se lo señalamos siempre, rescatando lo más verdadero debajo de la identificación. Intentamos funcionar como radares de las emociones de algunos participantes. Por ejemplo, si una persona llora en un grupo, nos acercamos, lo podemos tomar de la mano. Recordemos que los pacientes y sus familiares han vivido situaciones traumáticas por haber dependido de personas sin recursos. Se trata de estar disponibles cuando puede aparecer la vivencia de abandono o indefensión. Estos son momentos clave para poder desarrollar recursos yoicos propios. También, nos otorgan la posibilidad de que las vivencias invivibles se vuelvan vivibles.

               Para nosotros abrazar a un paciente, tomarlo de la mano no es iatrogénico si lo hacemos genuinamente. Pensamos también que cuanto más vivencialmente se le habla a un paciente, es decir, desde el propio sí mismo, mejor puede recibir lo que se le dice.

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No utilizamos interpretaciones intelectuales porque muchas veces son vividas como órdenes que se deben cumplir, y los pacientes pueden entrar en situaciones de sometimiento como las que en su origen los llevaron a enfermarse. A veces utilizamos una anécdota propia, no como confesión transferencial, sino como una situación que siempre tiene que ver con lo que se está hablando. Esto también genera vivencias y descubrimientos propios.

El descubrimiento propio, a partir de la vivencia, es lo mejor que nos puede suceder a todos los seres humanos. De esta manera, le podemos ir poniendo palabras a la memoria vivencial e ir reconstruyendo nuestra historia de vida. Esto da lugar a cambios psíquicos.

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Cuando percibimos que alguien no puede responder a sus padres o a los hijos por temor o porque no encuentra las palabras, solemos colocarnos detrás de él, en una dramatización, y expresamos lo que creemos que el paciente no puede aún expresar. Esto ayuda no solamente al paciente y a su familia sino a todo el grupo. Recordemos que cuando uno le habla a alguien le está hablando a todos.

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No interpretamos los delirios, aunque contengan un núcleo de verdad, ya que son construcciones de un mundo delirante creado para no sufrir. Poco a poco, con la ayuda del grupo, se va encontrando el sentido de esos delirios, en la medida que vayan desarrollando recursos yoicos. No apuntamos a que desaparezcan los síntomas o mostrarles que no es real lo que están diciendo porque para ellos es cuestión de vida o muerte y lo que viven y transmiten no puede ser de otra manera.

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Muchas veces comenzamos el grupo diciendo: “Estuve pensando, en relación al grupo anterior” o ˝¿Por qué no retomamos el tema de los malos entendidos?”. De esta manera, los participantes sienten que fueron pensados y tomados en cuenta.

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               Hablamos siempre desde hipótesis y no desde interpretaciones psicoanalíticas clásicas, porque en un primer momento es muy difícil que se comprenda el significado de la interpretación. Y aunque ésta sea correcta, no es suficiente para producir un cambio profundo. Podemos tener clara una interpretación psicoanalítica, pero no necesariamente la utilizamos para decírsela al paciente. La hipótesis es una pre-interpretación. No es necesario que sea verdad, sino que es un instrumento para poder trabajar. Uno formula una hipótesis y el grupo toma lo que puede de ella. Porque siempre la hipótesis parte de una experiencia propia, de una vivencia. Cuanto más incluido en la hipótesis esté el profesional habrá mayor simetría, menos idealización y más probabilidades de que los pacientes puedan identificarse con ellas y vivirlas como un descubrimiento propio.

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Curar desde la vivencia es una manera de pensar diferente. El grupo como tercero, que tendrá que ir internalizándose, es el que va a tener que lograr dar apoyo al sí mismo para que pueda desprenderse de ese otro externo/interno que hace sufrir, pero que, en su momento, fue indispensable para la supervivencia. Dice García Badaracco: “La vivencia trae consigo el núcleo de una dificultad vivida y, al mismo tiempo, la ausencia de poder contar con alguien en el momento de la dificultad”[4]. Cuando esto se reactiva en un contexto nuevo, en el sentido de poder contar con alguien, permite la transformación paulatina de la vivencia.

               Las vivencias no mienten. Podemos mentirnos con los recuerdos y las palabras, pero no es posible mentirnos con las vivencias.

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Con las intervenciones tratamos de crear un clima que facilite la simbiosis sana que el paciente necesita vivir como parte de su redesarrollo. No siempre damos la palabra por turno. A veces pensamos que un determinado paciente que está pasando por una situación similar podría ayudar y le damos la palabra.

               Cuanto más auténticos somos se da más simetría entre pacientes y coordinadores, hay mayor confianza. Al ser uno verdadero los pacientes pueden confiar y vivir lo no vivido. Es fundamental ser honestos, pedir disculpas si nos equivocamos. Si la intervención de un paciente nos paraliza, podemos decir: “Siento que cualquier cosa que te diga no te va a ayudar en este momento” o “Me estás contando algo tremendo como si no tuviera importancia pero a mí me hace sufrir”.

               En una ocasión, un paciente neurótico obsesivo no paraba de hablar de una manera monótona e interminable: que si dejaba a la novia o no, que si dejaba su trabajo o no. Y pasaba luego a su indumentaria: que su zapato derecho tenía una mancha y eso le impedía escuchar lo que se hablaba, etc. Debo reconocer que caí en un sueño profundo. Me sorprendí al ser despertada por el mismo paciente José: “te quedaste dormida“, me dijo. Le quite el carácter traumático a mi intervención y le dije Sí, reconozco que hace varios grupos que estás hablando de lo mismo, no permitís que nadie intervenga y… sí, me quedé dormida, no sé qué les sucede a los demás pero es como si hablaras solo y me da mucho sueño tu relato“.  Lejos de enojarse, curiosamente, lo tomó con humor y cada vez que se ponía repetitivo decía “Como dice María Elisa creo que mi relato no va para ningún lado”.

Una de las dificultades de la gente que sufre o que está muy habitada por presencias que interfieren, es que tienen poca capacidad para relacionarse con los demás o desdramatizar un relato obsesivo. Hacerle sentir que los demás se aburren es una manera de ayudarlo a pensar.

No digo que esto se debe o no se debe hacer. No se trata de un manual de instrucciones, sino que es un ejemplo de lo que vengo haciendo todos estos años. Intento desarrollar el potencial no desarrollado del que hablaba Jorge García Badaracco, que me permite a mí y a todos mis colegas trabajar más con las vivencias.

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               La disposición a escuchar el mundo psicótico pasa por un respeto profundo, por la capacidad para tolerar la vivencia subyacente y trabajar creativamente construyendo hipótesis para poder pensar las vivencias, si es posible las propias, que empaticen con las vivencias del paciente. En este sentido, no sería escuchar el mundo psicótico, sino escuchar el mundo sano virtual –virtualidad sana– que subyace a este mundo.

               Consideramos que el proceso terapéutico continúa toda la vida. Los grupos siguen abriendo espacios mentales que despiertan vivencias nuevas en los otros y en nosotros.

BIBLIOGRAFIA:

[1] Selección de Trabajos, García Badaracco T3 pag,337.2018).

2 Selección de trabajos. T. 3 pp 243

3 García Badaracco J. Trabajo inédito


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