LA TRAMA DE LAS EMOCIONES
Lic. Katherine Walter, integrante del equipo profesional del Centro Ditem.

Cuando decimos que el tratamiento a través de los grupos de psicoanálisis multifamiliar consiste en curar desde la vivencia, intentamos transmitir una forma de hacer clínica muy específica que distingue este abordaje de los demás existentes. Proponemos esta forma de trabajar para todas las personas, no únicamente para la patología severa o sintomatología psicótica.

Se trata no sólo de evocar y elaborar las vivencias de sufrimiento de la historia de la persona sino sobre todo de generar vivencias nuevas. La posibilidad de generar vivencias nuevas en la vida de una persona está plenamente ligada al clima emocional que se pueda crear y mantener en un grupo. Y para que este clima se genere, tiene que existir esa posibilidad dentro de los terapeutas que coordinan el grupo. Ese clima interno óptimo se podría entender como la suma de vivencias amorosas, tiernas, de esperanza, de solidaridad que nos dan un “colchón afectivo” desde donde compartimos la vida con los otros.

Muchas veces las personas andan por la vida robotizadas, cumpliendo con las expectativas internas y externas, pero sin este clima interno óptimo que permite “tejer” vivencialmente la vida. No pueden disfrutar de la vida, están bloqueados frente a las vivencias nuevas que puedan aparecer. Curar desde la vivencia es ayudarlos a construir este tejido interno a través de nuestras propias vivencias y posibilidades de vivenciar. Y esto no es tarea sencilla porque vienen encerrados desde el sufrimiento, con muchas dificultades para poder sentir, sobre todo lo nuevo, lo que se diferencia de lo que los habita cotidianamente. Están sin esperanzas, se han acostumbrado a vivir la vida de esa forma, sin vivir verdaderamente.

Un paciente, con el que venimos trabajando hace muchos años en distintos contextos (individual, vincular, familiar, grupal), trajo a la sesión vincular con su esposa, una intervención que le había hecho hace varias sesiones atrás. Este paciente hace años que viene viviendo una “no vida”, por momentos aterrado, viviendo por su madre, por su padre, por su hijo, y así creo que podría haber seguido la historia por muchos años más. Pero, luego de la partida-separación de su hijo, es como si hubiera aparecido más espacio para él mismo y su proyecto de vida que antes era más bien de muerte. Mencionó una intervención mía en la que había transmitido cómo sentía que eran las primeras experiencias de una mamá con su bebé. Describí una escena en la que la mamá sostiene en brazos a un bebé recién nacido y lo mira a los ojos. Lo mira con amor, con ternura, con deseo, con interés, con su rostro abierto, pleno y lleno de placer. En esa mirada el bebé recibe por primera vez lo importante que es para su mamá y lo deseada que es su existencia. Recibe la posibilidad de disfrute de su mamá en su presencia. El paciente continúa diciendo que se quedó conmovido con esa escena y que pudo sentir en encuentros posteriores que esa era la mirada con la que lo miraba yo durante las sesiones. Y en un lenguaje infantil, poco articulado, mirándome con sorpresa y lágrimas en los ojos, me dice “y esa forma en la que me mirás con amor me hace muy bien y creo que no la recibí nunca en mi vida, es una mirada de reconocimiento”. Continúa diciendo “creo que pude haber recibido esas miradas de otras personas en la vida, pero nunca pude verlas”, como si recién ahora hubiera habilitado dentro suyo la posibilidad de recibir esa mirada, de sentirse reconocido y amado. Luego dijo, también muy emocionado, que le daba vergüenza estar compartiendo esto. Me dijo que yo le había hecho un regalo y le respondí que el regalo se lo había hecho él a él mismo, por poder dejarse impregnar por esa mirada. Me quedé pensando luego del encuentro, en lo importante que había sido la escena del bebé y la mamá en la posibilidad del paciente de rescatar y tomar esa mirada. Entendí que en ese momento le había ofrecido una escena nunca vivida ni fantaseada por él. Como si le hubiera prestado una vivencia propia para que pudiera vivirla por primera vez. Concretamente no tengo el recuerdo de la primera vez que mi madre me miró siendo bebé, pero en mi desarrollo, a través de las miradas amorosas de mi madre y mi padre, me pude imaginar una escena en donde yo era mirada de esa manera porque me han hecho sentir así en mi vida y así comenzó mi tejido vivencial: con una certeza de haber sido una hija muy querida y deseada. Cuando estas vivencias fundantes, que constituyen nuestras primeras experiencias de quiénes somos para los otros no existen, la vida se hace muy difícil y, a medida que pasa el tiempo, se van perdiendo las esperanzas y se va marchitando la vida, sin poder rescatar nada de lo bueno que va sucediendo, todo es vivido desde una neutralidad que es totalmente contraria a la vitalidad. Como vivir en blanco y negro y sin sonidos.

Pude dimensionar a partir de este paciente, lo fundamental de poder recrear estos escenarios nunca vividos, con otros contenidos y matices emocionales. En un plano, la vivencia que compartí es personal, pero en otro es universal si otros pueden hacerla propia.  Es lo que necesitan todos los seres humanos para comenzar a vivir. Es importante que el terapeuta pueda contar con un bagaje propio de vivencias fundantes para poner a disposición del paciente y del grupo. Tener la espontaneidad, la seguridad y la libertad para compartir estos contenidos emocionales y de esta manera ir generando la confianza para que los otros puedan hacerlo también.

Pienso que es más importante la capacidad para generar vivencias nuevas en la vida de las personas que mantener la atención en lo que nunca sucedió o en lo que hizo sufrir. Requiere de un trabajo creativo, lúdico, el poder ofrecer vivencias nuevas. Es necesario un compromiso emocional verdadero para que lo que se comparte sea percibido como auténtico y no como parte de una estrategia terapéutica con un fin. 

El trabajo es el de ir abriendo lentamente los puentes al mundo emocional de las personas, como si estuviéramos ablandando con agua un cascote de tierra endurecida, con la sutileza necesaria como para no generar reacciones defensivas producto del miedo, del susto. Es importante también el tono en el que se habla, hay tonos más profundos, calmos y pausados, que favorecen la escucha y dan cuenta de un clima emocional interno propicio para sentir o conectarse con el clima vivencial y tonos más nerviosos, exaltados y acelerados que sobresaltan, desconectan o cortan climas emocionales. Considero muy importante el poder darnos cuenta en qué estado llegamos a un grupo o a una sesión con un paciente, porque también va a depender de ese estado el desarrollo de la sesión y la profundidad de ese encuentro. Hay una diferencia importante entre estar conectado desde la mente con lo que el paciente dice y estar conectado desde la emoción con lo que el paciente siente.

Sin vivencias nuevas no hay tratamiento que valga, será un sinfín de elaboraciones racionales de la historia del paciente o lo que le sucede, pero la posibilidad de poder vivir con mayor plenitud la vida está ligada a poder estar más conectado con las emociones, perderles el miedo y circular más poroso por la vida, para que lo bueno pueda entrar y podamos disfrutar de los vínculos y de lo que nos va sucediendo.

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