Resumen
El presente escrito sitúa algunas coordenadas teórico-clínicas que se desprenden del trabajo en el dispositivo Escuela para Padres Multifamiliar del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Se trata de un desarrollo conceptual basado en los aportes del psicoanálisis multifamiliar que posibilita un encuadre ampliado para promover el cambio psíquico y el abordaje de la patología psicosomática o del desarrollo psico-emocional en los niños y adolescentes. Establecemos nociones fundamentales que nos permiten plantear nuestra concepción acerca de los fenómenos psicosomáticos y las condiciones de posibilidad para un proceso terapéutico. Se trata de un desarrollo que, tomando a la idea de vivencia como disparador, invita a re-pensar conceptos tales como interdependencias sanas y patológicas, confianza, empatía, síntoma, falso self, sí mismo verdadero, cambio psíquico, entre otros.
LA VIVENCIA
“La distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que esta sea.”
Albert Einstein
Según la Gran Enciclopedia Universal Asuri (1985), etimológicamente la palabra “vivencia” proviene de “vivir”: tener vida, no estar muerto, habitar. Desde la psicología, este término refiere al hecho de vivir o experimentar algo y su contenido. La vivencia es la emoción que devela tanto lo reprimido, como lo contenido sin recuerdo ni palabra.
En este sentido, diferenciamos “darse cuenta” (Rotenberg, 2010) de insight, que es hacer consciente lo inconsciente; esto se logra a partir de “sentirse vistos”, quizás por primera vez, en un espacio de seguridad y confianza.
Alain Badiou desarrolla el concepto de acontecimiento para explicar que a partir de éste, se puede originar un nuevo comienzo. Darse cuenta es descubrir una vivencia inconsciente, que quizás nunca había sido reprimida. Por ejemplo, las vivencias traumáticas transmitidas transgeneracionalmente, o vivencias de los padres transmitidas a sus hijos, o las vivencias de un bebé que aún no tiene un yo capaz de pensar pensamientos.
Las vivencias que surgen en el proceso terapéutico marcan un antes y un después, especialmente si se cuenta con otros que ayuden a darle sentido a éstas.
La Familia y sus interdependencias
En la vida intrafamiliar, en los vínculos primarios y a través del establecimiento de interdependencias patógenas o saludables, se van construyendo las primeras vivencias. Desde los primeros años de vida, aunque las mismas no puedan formar parte de un relato, no se puedan poner en palabras, van dejando tempranamente marcas íntimas y profundas en las personas. Ya que los hijos no se identifican con la palabra de los padres, sino con las vivencias que estos les transmiten, que son generadoras de las identificaciones.
Pensamos al bebé como un sujeto en devenir que se encuentra en estado de dependencia que requiere de los recursos yoicos de un otro sostenedor para cubrir sus necesidades básicas y así poder llegar a “ser sí mismo”. Para la estructuración subjetiva es fundamental un otro significativo que asuma la función parental. Los vínculos revisten tal importancia y tienen tanto alcance en la vida intrapsíquica, que la misma figura que genera contención puede ser la misma que genera un sufrimiento innombrable e incluso locura.
La enfermedad, crisis o brote, manifiesta vivencias y sufrimientos que nunca pudieron ser expresados y comprendidos, ni por sí mismo ni por un otro que haya podido validar estas sensaciones. No tuvieron representación-palabra, y en este sentido se trata de algo naturalizado que no fue pensado. Para lograr comprender sus manifestaciones tenemos que entender la enfermedad como un emergente. Como una suma de experiencias que configuran una historia singular. Para poder interpretarlas, hay que entender que viene desde lo más arcaico y primitivo de la persona y su contexto. De sus fibras más íntimas.
Pensar en las vivencias de la persona, nos permite elaborar hipótesis clínicas para alojar su sufrimiento. Nos proponemos entender desde nuestra profundidad, cómo alguien llegó a pensar como piensa, porque siente como se siente y se expresa como se expresa.
Se trata de posibilitar un espacio de confianza, diferente a lo ya experimentado, donde sí se validan sus emociones. Donde resulta fundamental la función de un otro que pueda validar las vivencias de quien siempre ha sido descalificado en su familia. Y en este sentido, no se trata de decidir “quién tiene razón” sino de habilitar un espacio de escucha y reconocimiento de las vivencias, porque en las interdependencias también se encuentra la potencialidad de rescatar la virtualidad sana.
La mirada transdisciplinaria – Diferentes lenguajes
El abordaje (transdiciplinario) que realizamos en la Escuela para Padres Multifamiliar que funciona en el Servicio de Dermatología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, nos permite comprender la patología de piel como un síntoma, que no es el diagnóstico.
En algunos casos, cuando las familias realizan la consulta por los niños y niñas con patologías en la piel, en el Hospital, son invitados desde el Servicio de Dermatología al espacio que se presenta como “Escuela para padres”. En dichos encuentros semanales participan las familias con sus hijos y tanto médicos como actores del campo psi. Este abordaje produce confianza en los pacientes, que intercambian historias de vida con los médicos dermatólogos, que los atienden regularmente, dentro del encuadre grupal. De este modo, las personas sienten que son tenidas en cuenta en tanto sujetos, ya que los distintos profesionales trabajan conjuntamente poniendo a disposición sus técnicas y saberes en función del proceso terapéutico.
Una vez finalizada la sesión con los pacientes, el encuadre propone un intercambio entre los coordinadores, profesionales y estudiantes que participan del equipo para compartir puntos de vista y pensar juntos la sesión articulada con la teoría. Se promueve activamente el trabajo en conjunto para el abordaje de las patologías psicosomáticas.
El hecho de compartir semanal y continuadamente las sesiones y el posterior intercambio, permite pensar en la existencia de un trabajo transdisciplinario. Ya que no se trata de una mera exposición o lectura de lo acontecido desde cada disciplina, encarnada en los distintos agentes de salud. Sino que -en ocasiones- inclusive se construyen conceptos en conjunto, posibilitando abordar las problemáticas desde lo que queda entre y más allá de las disciplinas particulares. Esta perspectiva resulta sumamente interesante, teniendo en cuenta que la heterogeneidad de los elementos que configuran el fenómeno psicosomático, implican necesariamente un abordaje desde la complejidad.
Desde el modelo médico hegemónico (Menéndez, 1988) se focaliza en el síntoma, se hace un diagnóstico y se determina cuál será el tratamiento a seguir. La enfermedad se reduce a una sintomatología dermatológica. (o psiquiátrica). Desde nuestro punto de vista, la patología de piel es el síntoma pero no lo que la genera, esto sería de otro orden.
El encuadre multifamiliar permite visualizar y poner de relieve la hiper-complejidad que presentan las interdependencias. Se trata de un dispositivo, que a través de una mirada terapéutica que destaca la virtualidad sana en cada persona, descentra la dicotomía clásica médico-enfermo, sano-enfermo, padres culpables-hijo víctima. Esta mirada ya significa un cambio psíquico y teórico en medicina y en los terapeutas. La función de los coordinadores facilita la resonancia afectiva tanto en los padres, los niños, médicos, estudiantes y colaboradores. No nos colocamos en el lugar del Sujeto Supuesto Saber, aunque sí reconocemos nuestra responsabilidad, interviniendo horizontalmente como personas. Resaltamos las vivencias del equipo médico, insertando un modelo nuevo de pensamiento en Medicina.
Abordando los fenómenos psicosomáticos
Según J. McDougall (1998) la enfermedad psicosomática como síntoma sería una medida extrema para combatir dolores psíquicos no elaborados. En el caso de los niños pequeños al no tener todavía representación palabra el cuerpo sería un lugar posible de expresión de sus sufrimientos. Según esta autora los síntomas psicosomáticos tendrían su origen en los primeros meses de vida. Ciertos funcionamientos de los primeros meses de vida podrían predisponer a los síntomas psicosomáticos.
Para Mac Dougall (1998) la manera de expresar el dolor psíquico a través de un síntoma psicosomático estaría relacionado con una sexualidad muy primitiva, pre edípica con aspectos sádicos y fusionales originándose represiones psicosomáticas, que tendrían la función de ser “defensas contra vivencias mortíferas”. Los síntomas psicosomáticos estarían ligados a perturbaciones afectivas que sobrepasan la tolerancia psíquica habitualmente soportable. El origen tan temprano de esta manera de respuesta lleva a pensar que será de fundamental importancia el vínculo que se establece entre el infans y las personas que cumplen las funciones parentales.
Mac Dougall (1998) hace hincapié en la función de la madre, diciendo que la primera realidad exterior con la que se topa el lactante sería el inconsciente de la madre, que a su vez está cargado de las figuras de sus propios padres y sus propias experiencias infantiles. También señala algo que no sería menor, la relación de esta madre y lo que significa para ella la relación con el padre del bebé, tanto real como de simbólico.
Al trabajar en el Hospital con los niños, niñas y adolescentes con sus familias, se observa que los mismos estarían denunciando a través de su cuerpo, en este caso a través de enfermedades de la piel, todo lo que sucede en el complejo entramado de sus familias. Se podría decir que la “elección” de la piel como órgano de expresión de un sufrimiento psíquico por parte de un sujeto no es aleatorio. Si se toma en cuenta la analogía expresada por Anzieu (1987) entre la piel y lo que él denomina yo-piel, entendemos que la piel es un órgano con ciertas características que facilitan la expresión por parte de un sujeto de su padecer psíquico, especialmente si aún no tiene palabra. La piel sostiene a todo el cuerpo del sujeto, el yo-piel como lo llama el autor sostendría al psiquismo y estaría íntimamente ligado a la forma de contacto corporal con aquel que cumple la función parental. A su vez la piel tiene una función de protección de ciertos estímulos y también pone un límite al no dejar entrar cuerpos extraños. La piel es un órgano de envoltura que diferencia a un sujeto del otro. En las patologías de la piel estas funciones, se encuentran alteradas.
En este sentido, pensar la expresión en la piel, es adentrarnos en las interdependencias familiares. Comprender al síntoma dermatológico como un pedido de ayuda, puede ser el puntapié inicial para que las familias comiencen a registrar aquello que nunca antes han podido comprender. Es una nueva oportunidad para descubrir, “darse cuenta”, cómo el entramado de su relación con los niños no sólo involucra cumplir con las responsabilidades que suponen exige el ser padres, sino y sobre todo poder escuchar activamente las necesidades emocionales de sus hijos.
La noción de padres falso self (Rotenberg, 2015) nos permite pensar, en algunos casos de los que se presentan en el Hospital, esta dificultad para conectarse afectivamente. Se trata de padres y madres que se muestran “correctos” o que creen que “lo dan todo” por sus hijos, cumpliendo sus funciones de manera “artificial”, pero no pesquisan la diferencia entre esto y lograr un vínculo basado en la empatía y la confianza. Es interesante proponer que dichos aspectos pueden construirse, logrando estar presentes y apostando a una mirada atenta y profunda sobre el cuidado de sus hijos.
En la Escuela para Padres Multifamiliar pensamos al síntoma como expresión del sufrimiento de la trama de Interdependencias patógenas, donde todos están involucrados y el síntoma es un modo de canalizar la angustia de los padres y de los niños. Es importante destacar que se propone un marco teórico que no culpabiliza a los padres. ¿Qué sucede cuando sus propias vivencias, muchas veces de alto impacto traumático, son transmitidas a los niños y niñas? El equipo terapéutico busca, a partir de la transferencia-contratransferencia que es múltiple, que los padres se sientan entendidos y puedan elaborar aspectos traumáticos que interfieren en la relación con sus hijos. Si el terapeuta quisiera o los participantes del dispositivo intentaran juzgar “quién tiene razón” o criticaran apelando al sentido común, se caería en la repetición de lo que ellos ya han vivido. Tampoco se trata de “dar consejos”, ya que no existen recetas acerca de la parentalidad. El encuadre multifamiliar permite que los pequeños y sus padres puedan desarrollar recursos yoicos, posibilitando que la persona pueda construir un sí mismo verdadero. A partir del síntoma del hijo y de la escucha del sufrimiento de todos los actores familiares se van transformando los vínculos, las ansiedades y se generan cambios psíquicos en toda la familia.
El síntoma va desapareciendo y se curan patologías que antes se enseñaban como incurables y que surgían como brotes.
La importancia del Encuadre
El encuadre Multifamiliar facilita un espacio donde “curar desde la vivencia” (Rotenberg, 2016) implica la posibilidad de vivir una experiencia sanadora y crear las condiciones de posibilidad para experimentar una vivencia emocional reparadora. De esta manera, “ayudar a la gente” será siempre crear las condiciones de posibilidad para que la persona que sufre pueda desarrollar sus recursos yoicos potenciales, que quizás son nuevos para ese sujeto. De este modo comienza un proceso donde puede comenzar a vivir lo que le resultaba invivible, y poder pensar ahora lo que no podía pensar antes. Contando con un otro u otros, que acompañen a reflexionar y sentir de un modo diferente lo vivido.
Curar desde la vivencia implica entonces la disponibilidad afectiva de los terapeutas, y también la resonancia afectiva, que se produce en el clímax grupal al entrelazar los discursos y las emociones. Ambas herramientas son promotoras del “darse cuenta” que lleva al cambio psíquico. Al estar disponibles y poder ver la virtualidad sana, creer en la posibilidad potencial y su poder de cambio, los terapeutas generan condiciones para transformaciones importantes. Al mismo tiempo que los mismos terapeutas nos vamos dando cuenta de nuestras propias vivencias quizás, nunca antes pensadas.
¿Cómo? En primer lugar, se busca instalar un clima emocional de empatía basado en relaciones de confianza y seguridad emocional. El terapeuta, se muestra como persona y promueve generar empatía con los participantes y entre ellos, base para la resonancia afectiva. En este sentido, resulta fundamental que el otro se sienta “entendido”: “Se trata de poder incluir que el ´saber lo que le pasa´ va a surgir de la propia persona y no de una interpretación muy bien formulada. Esto en un conjunto más amplio, que abarca al mismo tiempo lo que nos pasa a todos de una manera u otra, no por formar parte de una categoría psicopatológica determinada, sino en lo que tenemos en común los seres humanos, tanto enfermos como sanos” (Badaracco, 1981). Esta posición facilita la apertura de nuevos espacios mentales, para poder hacer vivible lo invivible. Es decir, se comienzan a tolerar vivencias que resultaban intolerables a partir de un proceso terapéutico que ayude a transformar aquello que mantenía a la persona “atrapada”.
El instante en que avalados por una experiencia novedosa y protegida, se hace posible ingresar en una dimensión en la que el trauma se vuelve accesible para devenir emoción y palabra, ampliando la mente. Permitiéndole de esta manera al sujeto un proceso terapéutico de elaboración, motor del cambio psíquico, posibilitando un proceso de devenir cada vez más “uno mismo” y desidentificarse de los personajes patógenos que nos habitan desde la historia familiar.
Las vivencias, propias o ajenas, conmueven aspectos impensados e impensables. Al ser compartidas con otros, devuelven cierta resonancia afectiva, promoviendo cambios psíquicos. La dinámica grupal, facilita también, la empatía de los otros que ocupan un rol dentro del relato. Se empiezan a entender unos con otros, y pueden intercambiar y comprender porque reaccionan o reaccionaron de esa forma. Estas otras vivencias dentro del dispositivo multifamiliar, ayudan a que la persona pueda desidentificarse de aquellas miradas condicionantes de sus otros más cercanos. Pasando poco a poco reflejarse en una mirada que rescata su virtualidad sana. Entender a los participantes desde sus vivencias, ayuda a que puedan mirarse de otra manera a sí mismos. Se recupera la dimensión de la interioridad, que les permite sentirse vivos y habitar la realidad presente. Construyendo o utilizando recursos yoicos potenciales y disponibles para enfrentar la propia existencia.
La resonancia afectiva es un modo de actualizar las emociones que han quedado capturadas en el trauma y no han tenido representación palabra o estaban escindidas y desafectivizadas. Lo multifamiliar, se sitúa como una multiplicidad de espejos, donde los otros se posicionan -por momentos- como “recursos yoicos auxiliares” para abordar los padecimientos que exceden al sujeto. No se trata tan solo de hacer consciente lo inconsciente, ya que esto no despierta necesariamente vivencias transformadoras.
Badaracco (2006) señala: “Hemos descubierto, a través de los años, que mirar a un enfermo como enfermo es potencialmente enfermante, y que existe siempre una virtualidad sana, por más enferma que esté una persona”. En este sentido, cuando los terapeutas reflejan la virtualidad sana del sujeto, proponen una revisión de aquellos aspectos que parecen haber tomado a su persona por completo. Se promueve la posibilidad de ver aquellas características y capacidades de su ser que no están “tomadas” por la enfermedad, la locura o la incapacidad. La mirada de los padres, médicos y terapeutas también puede potenciar la esperanza y la confianza para el re-desarrollo y el cambio psíquico. Cuando los coordinadores propician un espacio que aloja el sufrimiento, cuando se da lugar a las vivencias pasadas, a la par de reconocer aquellos aspectos sanos, se genera la oportunidad de experimentar vivencias novedosas y modos de existencia más saludables.
Esta experiencia sanadora acontece en el trabajo multifamiliar de la Escuela para Padres, Servicio de Dermatología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
Bibliografía