ABSTRACT:
Conducir grupos de psicoanálisis multifamiliar es una tarea apasionante. Todos los que participamos de lo que ocurre en este espacio tenemos la oportunidad de hacer importantes descubrimientos sobre nosotros mismos, independientemente de cual sea el lugar que ocupamos en él. Esta oportunidad tiene la contrapartida de dejarnos a veces expuestos a nuestras propias vulnerabilidades y, desde el lugar de conductor, no siempre es fácil aceptar la ayuda. Nuestros conflictos encuentran a veces en el equipo un buen escenario en el que desarrollarse. Allí parecen ocasionalmente amplificarse más allá de las razones que argumentan la discusión y no es raro actuarlos si no son adecuadamente elaborados. Esta ponencia recoge un conflicto antiguo no resuelto e invita a la reflexión técnica y vivencial sobre la función que podrían cumplir y lo que ayude o no a su resolución.
TRABAJO:
Buenas tardes a todos. Lo primero, quiero dar las gracias al comité organizador por incluir mi propuesta en el programa de este Congreso Internacional. Dado el tema de este congreso, quisiera plantear una discusión técnica a partir de una vivencia en el contexto profesional.
Confieso que ha sido para mí más difícil de lo que esperaba y, sinceramente, no es que lo esperara fácil. Mi deseo es encender un fuego de campamento que nos dé luz y un poco de calor a todos, que nos ayude a asar un buen cordero patagónico para que nos alimente y nos ayude a seguir caminando. Mi temor es que pueda saltar alguna chispa, se organice un incendio, y que alguno podamos salir dañados. Confío en que los cortafuegos sean suficientes aunque no demasiados, para que no nos alejen de lo esencial. Cuento también con su ayuda: soy consciente de que, en un bosque frondoso, casi todo es valioso e inflamable. También siento cierto dolor porque en esta historia hay compañeros implicados y todo esto nos ha herido en alguna medida. A todos ellos les admiro y les tengo afecto. Quisiera dejar claro que quiero cuestionar lo que hacemos y, sobre todo, cómo lo hacemos, pero no quiero cuestionar profesionalmente a nadie. Entiendo que tratar ciertos temas, puede ser doloroso, pero no es necesariamente perjudicial, y pensar juntos sobre aspectos técnicos y vivenciales, da razón de ser a nuestros encuentros. Trataré, no obstante, de ser cuidadoso.
Ya hace tiempo que estos compañeros implicados no quieren hablar conmigo sobre este asunto. Supongo que no le ven sentido y, en parte, comparto su opinión. Hablar o discutir sobre todo esto, nos ha permitido evidenciar las diferencias, pero aún no nos ha servido para resolverlas. Se trata de acontecimientos bastante antiguos, algunos de hace ya unos diez años… aunque, a veces, cobran fuerza y actualidad. Especialmente si coincidimos en un contexto profesional en torno a lo multifamiliar, aunque esto ocurre muchas menos veces de lo que yo querría. Entiendo que cometo una injusticia con todos nosotros porque, tanto tiempo después, ninguno somos ya como éramos. A pesar de todo, tengo que reconocer que sentí bastante rabia, bastante pena y también envidia al enterarme por un correo electrónico de que, por fin, el año pasado, se organizaba un Congreso de Psicoanálisis Multifamiliar en la ciudad donde trabajo, y nadie me había llamado ni siquiera para contármelo. Recibido el correo me postulé como ponente y me ofrecí también para colaborar en la organización del mismo, pero mi propuesta no fue aceptada. Me ofrecieron, eso sí, coordinar una mesa y lo acepté, aunque, hubiera preferido participar en las decisiones sobre lo que se iba a hacer y cómo. Sentía que lo merecía.
Una vez allí –como me suele ocurrir en estas reuniones- entré en una montaña rusa emocional. Ahí sí me dio mucha envidia ver lo bien que lo habían organizado y me sentí orgulloso como profesional de lo que se estaba ofreciendo. Me sentí –por una vez y sin que sirva de precedente- confortablemente prescindible al ver numerosas caras nuevas y poder escuchar intervenciones de lo más diverso. Esta realidad desmontaba mi fantasía de que algunos de mis compañeros al frente de la organización intentarían controlar en exceso lo que allí ocurriera, y que no dejarían espacio suficiente a la heterogeneidad. Esto, sencillamente, no pasó. Mi presencia abriendo el espacio a la diversidad y calmando el miedo a que la situación se fuera de las manos, no hizo falta.
¿Qué por qué me sentía tan necesario en aquel contexto del que estaba excluido? Creo ser suficientemente consciente del narcisismo implícito en mi formulación, tanto en las fantasías de daño como de necesidad. Incluso desde esa perspectiva, me parece que todo el conflicto está magnificado, como sobredimensionado… podría entenderse que el resentimiento podría ser el motor de estas discusiones: pero creo sinceramente que esto no es así ni en mis compañeros, ni en mí. Scheler1 definía el resentimiento como una autointoxicación, la secreción nefasta, en vaso cerrado, de una omnipotencia prolongada. La pasividad impotente y la envidia son las fuentes básicas del resentimiento, que está motivado por el deseo de coger y de robar lo que nos falta, de querer ser lo que no somos y no tenemos la esperanza de llegar a ser. En contraposición a esto, Gállego2 hablaba de la verdadera rebeldía donde no hay propiamente envidia sino el deseo de que se reconozca algo que tenemos, y que ha sido ya reconocido por nosotros mismos como algo valioso. En la rebeldía hay un deseo de dar, no de robar. Hay una vitalidad fuerte y creativa, que trata de transmitir a los otros la propia riqueza humana y, a la par, reconocer la de los otros. El resentido es, sobre todo, un resentido contra sí mismo; el rebelde está en paz consigo mismo. Para intentar explicarlo, quisiera primero contarles un poco sobre quién soy:
Estudié medicina convencido de que quería ser psiquiatra y, mientras preparaba el examen que permite en España acceder a la especialidad, hice la Tesis Doctoral. Hice un estudio transversal en una muestra de estudiantes preuniversitarios intentando evidenciar las relaciones del entorno familiar y social, con el nivel de maduración de estos estudiantes. Aunque uno de mis directores de tesis era psicoanalista, le dimos un marco teórico sistémico. Desde entonces no ha dejado de interesarme todo lo que tiene que ver con la influencia del entorno familiar y social en la “construcción” del ser humano como individuo.
Cuando comencé mi andadura como Residente de Psiquiatría, me desilusioné. Anteriormente había trabajado en urgencias y emergencias y, comparada con aquella medicina resolutiva, rápida y práctica, la psiquiatría médica dejaba mucho que desear. A un nivel básico, diagnosticar y pautar un tratamiento parecía fácil, pero lo difícil era conseguir con aquello mejorías significativas y duraderas. Me formé en un hospital que atravesaba (o eso nos decían) importantes dificultades económicas, y el Servicio de Psiquiatría contaba con una plantilla muy recortada. La unidad hospitalaria estaba recién abierta y resultaba insuficiente para dar servicio a la población que atendíamos. Esto se traducía en que siempre teníamos pacientes esperando en Urgencias, varios días, hasta que podíamos ingresarles. Habitualmente esperaban el ingreso contenidos mecánicamente, cuidados por unos equipos sanitarios todavía poco entrenados en la atención psiquiátrica, y habitualmente molestos, porque las disrupciones de los enfermos mentales alteraban el normal funcionamiento del Servicio de Urgencias. Aquel abuso de la contención mecánica tuvo, en algún caso, consecuencias terribles.
En aquellos años de residente ocurrió también el suceso más grave que he vivido hasta el momento actual en mi carrera profesional. Una compañera médico que debía de llevar un tiempo psicótica, en el contexto de su delirio, y defendiéndose de los supuestos impostores que veía a su alrededor, mató a tres personas, entre ellas a otra compañera, e hirió a varias personas más. Sin duda alguna, la falta de contención tuvo en aquella ocasión consecuencias terribles para terceros, y también para ella. Es posible que, precisamente por ser una compañera a quien había que diagnosticar y tratar, el entorno profesional pudo tener más dificultades para actuar de manera eficaz. En este oficio convivimos con la idea de que las desgracias deben ser evitadas, aunque no siempre lo sean y, en aquella ocasión, lamentablemente no se logró. Supongo que podría haberse hecho frenándola antes, o habiéndola ayudado a frenar por sí misma, con diferentes consecuencias en ambas intervenciones.
Estos acontecimientos se añadieron a la dificultad natural de empezar a ser psiquiatra. Estuve a punto varias veces de renunciar a mi plaza de formación e intentarlo de nuevo buscando un lugar más amable para aprender. Paradójicamente me salvó de esa huída la muerte de mi padre -que también coincidió en el tiempo- y me sirvió, por un lado, para revisar mi escala de valores y, por otro, me empujó hacia un lugar de mayor responsabilidad. Desde la perspectiva del tiempo me alegro de no haberme ido. Considero que aprendí mucho en aquellos años, aunque me sigue pareciendo que no ocurrió de la mejor manera. Pensaba ya entonces que la psiquiatría biológica persigue la erradicación de los síntomas o, al menos, su repercusión conductual. Me parecía que los resultados que obtenía eran, en líneas generales, bastante pobres, especialmente en los que más necesitaban una intervención terapéutica, en las situaciones más graves, donde los logros solían estar más próximos a la estabilización/cronificación que a lo que podríamos entender por curación.
Me interesé entonces por la psicoterapia. Me matriculé en Psicología en una universidad en la que, las pocas veces que se mencionaba al psicoanálisis, solía ser para criticarlo. Enseñaban una psicología “científica” que dejaba poco espacio a la subjetividad individual. Sin dejar de ser crítico, estudié los resultados de experimentos con ratas, palomas, cerdos, etc… mientras trataba de evitar sentirme ofendido como especie. Debo decir que no encontré en aquellos experimentos resultados que explicaran suficientemente bien la conducta a estudio. Para bien y para mal, parece que la conducta humana, e incluso la animal, resultan escasamente predecibles.
Simultáneamente inicié formación psicoanalítica y mi propio análisis. El psicoanálisis, desde mi punto de vista, resulta mucho más respetuoso con el individuo humano, único, subjetivo, propio además de común… Me ayudó a entenderme y a escuchar mejor a mis pacientes. Más allá de que encajasen o no en las clasificaciones diagnósticas o de que respondiesen o no a las intervenciones, se trataba de personas que sufrían, de seres humanos a los que les ocurrían cosas. Como ya he contado en encuentros anteriores12, esta formación me ayudó a intervenir con más conocimiento y menos improvisación, y también a sentirme más seguro. Pero seguía faltando algo. En mi práctica de aquel momento en la sanidad pública, ni mis pacientes “difíciles” resultaban muy “psicoanalizables”, ni mi agenda permitía encuadres pausados y frecuentes para esperar a que “emergiera lo inconsciente”… Hacía lo que podía con lo que tenía y con lo que sabía, en la media hora que cada dos meses podía dedicarles por término medio a cada uno. Escuchaba, preguntaba, medicaba, trataba de acompañar, de contener… y, cuando se producían desestabilizaciones lo lamentaba, y trataba de recuperar el control utilizando medidas de mayor contención verbal, farmacológica o institucional si me parecía necesario. Confiaba, además, en estar actuando bien aunque mis pacientes con frecuencia se revelaban. Cuando por fin conseguía que frenaran, casi siempre me parecía que se sentían más sometidos que convencidos, lo reconocieran o no. Mientras tanto, aunque entendía racionalmente que hacía lo correcto, lo que me habían enseñado a hacer, no me sentía bien. Me calmaba pensar que sería peor la alternativa, que esto era una especie de mal menor.
Fue entonces cuando me invitaron a participar en la coordinación de un grupo multifamiliar en el centro de salud mental donde trabajábamos. Tuvimos que saltar algunas barreras institucionales y, en mi caso, también algunas personales pero, en unos meses, con ayuda de otros compañeros, comenzamos. Como por arte de magia –pensaba yo entonces- los pacientes que habíamos incluido empezaron a mejorar. Meses después mis compañeros organizaron unas Jornadas en Madrid a las que invitaron Jorge García Badaracco que vino con su mujer, y con Hernán Simon, y a María Elisa Mitre que vino con su hijo… Ahí les conocí en persona. Nos acompañaron en una sesión de nuestra “multi” –así le llamábamos- y en otra de otro centro. Verles trabajar con nuestros grupos, junto a la rápida evolución de los pacientes, inició en mí una revolución personal y profesional que estallaría algún tiempo después, en el Primer Congreso Internacional de Psicoanálisis Multifamiliar de Buenos Aires, en Noviembre de 2008, donde los organizadores y participantes, empezando por el Dr, García Badaracco, nos incluyeron calurosamente. A mí en concreto, como a uno más de mis compañeros. Me sentí muy valorado personal y profesionalmente. Quizás no fue justo. Yo no había hecho una rotación reglada en Buenos Aires y llevaba poco más de un año coordinando “la multi”… Quizás lo merecía menos que otros porque no había recorrido sus mismos pasos pero, en aquel momento, me sentía uno más. Por otra parte, tampoco creo que lo hiciera peor los demás y ese reconocimiento de los maestros, el que nos anima a seguir en la tarea mientras seguimos aprendiendo, me parece un regalo irrenunciable: el narcisismo también es un combustible que alimenta nuestros esfuerzos creativos, que nos protege para que no abandonemos la esperanza, especialmente, en los momentos analíticos difíciles (Kohut3 1966). Todo aquello me ayudó a convivir mejor con mis faltas y este aprendizaje fue mucho más allá de lo profesional. Fuera o no de justicia, tengo la sensación de que a alguno de mis compañeros le costó aceptar que ocupase un lugar a su misma altura, quizás prematuramente.
Pude prolongar mi estancia en Buenos Aires, conocer varias “multis” y muchos participantes, escuchar sus historias, compartir con otros conductores… Estaba tan ilusionado que al poco tiempo de volver puse en marcha otro grupo, y posteriormente otro. Años después cambié de trabajo pero, de haber seguido allí, hubiera intentado armar tantos como necesitara para que todos mis pacientes de cierta gravedad tuvieran la posibilidad de acudir a alguno. Mi mentalidad sobre el principio de equidad en la sanidad pública me dificultaba decidir a quién ofrecía y a quién no, esta herramienta que daba una oportunidad más realista de salir de la enfermedad mental.
A mi entender, la posibilidad de curarse, no se la suele ofrecer al paciente grave ni la psiquiatría biológica ni el psicoanálisis (al menos en sus versiones más rancias) por motivos distintos. La psiquiatría, porque se centra en silenciar los síntomas y, como pocas veces lo consigue del todo en estos casos, termina facilitando la cronificación, aproximándoles a la dependencia indefinida de fármacos y profesionales. El psicoanálisis, porque entiende que aquellos pacientes incapaces de disociar un yo experimentador de un yo observador, y con esto establecer una transferencia trabajable, no son analizables (Irvimy4 1951; Rangell5 1982). La falta de esa capacidad yoica deja fuera del psicoanálisis a todos aquellos que no han conseguido “neurotizarse” suficientemente –si es que se puede decir así-. Tengo que decir que, afortunadamente, tanto el psicoanálisis como la psiquiatría en su avanzar parecen ir tendiendo a posiciones más aperturistas. Juan David Nassio6 decía que clasificar a alguien como psicoanalizable o no, era como decir que era “aspirinable” o no, como si la clave estuviera en la persona y no en la aspirina… Me encantó la idea. La cuestión es que, efectivamente, una aspirina por muy beneficiosa que sea, puede hacer mucho daño si uno no reúne unas condiciones físicas adecuadas… y con la técnica psicoanalítica, en mi opinión, ocurre algo parecido: si uno no ha alcanzado unas condiciones psíquicas suficientemente buenas, los tratamientos “per vía di levare” resultarán inaceptables.
Preparando este trabajo revisé la ponencia que María Elisa Mitre7 presentó en las Jornadas Europeas de Grupo Multifamiliar de Bilbao 2009, hablando de la des-identificación en el paciente grave, en la que utiliza un ejemplo muy gráfico:
“…Una de las primeras veces que Lucía asistió al Grupo de Psicoanálisis Multifamiliar, una terapeuta le hizo una interpretación psicoanalítica clásica. Lucía la miró con odio y gritó: “No te entiendo nada, no sé de lo que hablás, ni siquiera sé quién sos”. La interpretación quizá era correcta, pero es muy importante saber que los pacientes mentales —en este caso en especial, Lucía—, en el comienzo del proceso terapéutico tienen una virtualidad sana que es como la de los niños; es por eso que hay que tener en cuenta que el paciente necesita que se le hable y se lo mire de una manera que le dé seguridad y le genere confianza, para poder ‘contar con’, quizás por primera vez en su vida.”
De esas mismas jornadas quiero destacar la aportación de Claudio Maruottolo8 cuando, aludiendo a Piera Aulagnier, habló de la violencia en la interpretación… Mi experiencia es que, en pacientes con marcadas dificultades preedípicas, la técnica y el encuadre psicoanalíticos clásicos no es que no le ayuden, es que, frecuentemente, sirven para que el paciente se enfade y no vuelva. Pienso que la distancia impuesta por el encuadre clásico no resulta tolerable para muchos pacientes que así, efectivamente, podrían nombrarse como “no analizables”. A la vez, la intervención psicoanalítica ya sea en forma de señalamiento, confrontación o construcción o, sobre todo, la interpretación en tanto en cuanto supone un salto cognoscitivo para el paciente, genera con facilidad heridas narcisistas. Estas intervenciones, siguiendo a Chushed9 (2012), pueden ser un acting terapéutico defensivo que convierta el encuadre o la técnica en un burladero desde el que poder dar una aspirina a un ulceroso sin dejar de sentirnos a salvo. Esto rara vez será bueno para el aspirinado o para el aspirinador. También me resultó reveladora la presentación de Federico Russo10 cuando decía en su ponencia precisamente sobre el grupo de conductores: Pensamos que el grupo pasará a ser el contenedor fluido, capaz de aceptar las experiencias “pre-mentales” más alteradas, devolviendo experiencias que identifican y apoyan el yo de pacientes psicóticos y devolviendo experiencias correctoras que reparen los efectos de culpa y fracaso de los padres. También devolverá a los operadores el sentimiento de compartir con otros del mandato de cuidado, haciendo así menor la necesidad de imponer y pretender el “respeto del setting”. En pocas palabras, un setting bien definido en la dimensión ampliada de la mente del grupo, puede ser violado y detectar así los diferentes componentes que, en el grupo, trabajan para un cambio. Comparto también con Federico la invitación a la reflexión sobre el poder estructurante del diálogo sobre qué es y qué no es psicoanálisis multifamiliar.
A estas alturas, sigo sin saber muy bien cómo funciona el psicoanálisis multifamiliar, pero sé que funciona. Es como si los pacientes, en este nuevo encuadre, pudieran darse cuenta de aquello que les conviene saber y no pueden oír sin que se disparen las resistencias y se precipiten los acting. Quizás funciona porque logra a veces llegar a lo profundo, a eso que uno no puede pensar solo y que tampoco puede escuchar si se lo dice un otro. Lamento que nada lograse atravesar aquel “No, No, No” que cantaba Amy Winehouse cuando le querían llevar a rehabilitación. El narcisismo es, a veces, como un cristal, rígido y frágil, y el mensaje debe atravesarlo como la luz, sin romperlo ni mancharlo, como diría el cantautor español Luis Edurado Aute. Claro está que no es tarea fácil. En el contexto multifamiliar a veces tenemos la ocasión de vernos cuando un otro se anima a compartir su historia. Visto en otro, el narcisismo no se compromete tanto, y es más difícil que se disparen las resistencias. Al mismo tiempo, en el proceso de des-identificación/re-identificación podremos ir poco a poco tomando forma. También, gracias al componente familiar real, las identificaciones pueden no ser sólo directas, de sujeto a sujeto, sino también complementarias, de sujeto a objeto (o mejor dicho a depositario de objeto en la relación) lo que, además de re-estructurar, desidealiza, ambivalentiza, pone en la realidad… Me faltan palabras así que me las invento y les pido benevolencia si juzgan mis neologismos.
Quizás alguno de ustedes se estará preguntando si es o no deliberado, pero se van acabando mi espacio y mi tiempo, y no termino de centrarme en el conflicto con mis compañeros… o quizás sí, a uno y otro lado del cristal quizás lo puedan ver. Lo cierto es que, como les decía, explicitarlo me resulta costoso, sobre todo en público. Considero que hay que ser atrevido para hablar de lo importante, incluso en un espacio multifamiar. Intentaré, al menos, hacer un pequeño resumen: Como les decía, me siento excluido de mi familia inicial de conductores multifamiliares, y vivo esto como algo que ha ido creciendo desde 2009 hasta hoy. Esto puede ser el resultado de una convicción delirante pero, como decía Tania Martín11 en las II Jornadas Europeas de Grupo Multufamiliar en Bilbao 2015, en una sólida ponencia sobre interdependencias patógenas y metapsicología, la presencia de lo real confirmando, en alguna medida, la fantasía es necesaria para la construcción de un delirio. Lo que les aseguro es que, tanto si es delirante como si no lo es, estoy deseando desmontarlo.
En cuanto a la razón de ser de esta exclusión, resumiré diciendo que, desde mi vivencia, en lo manifiesto, casi todo el conflicto se articuló hablando de cómo proceder ante circunstancias difíciles en el grupo multifamiliar. No creo que la solución sea tomar medidas de control externo por mucho que, algunas veces, sintamos que no queda más remedio que hacerlo y lo hagamos, e incluso evitemos con ello males mayores. Pienso también que el coste de esta intervención sobre el paciente se multiplica si no le reconocemos que, cuando intentamos controlarle, actuamos desde nuestro propio miedo a que ocurra un desastre porque perdemos de vista su virtualidad sana. Creo que ese es el inconveniente que el psicoanálisis multifamiliar permite salvar frente a la psiquiatría, abriendo paso a una intervención psicoanalítica en quien no podía en un encuadre clásico psicoanalizarse. Se me antoja que el verdadero self es como un bonsay que creció lo que pudo en un entorno que, quizás con la mejor intención, iba podando sus ramitas y restando espacio a las raíces… Considero que el psicoanálisis multifamiliar consigue devolver al bonsay la capacidad de ser un árbol grande, para lo que tendrá que ir cambiándose a macetas cada vez mayores e ir evitando –en lo posible- las tijeras de podar. Por eso me parece terapéutico cualquier clima que favorezca la expresión y me desagrada cualquier intervención que la dificulte. Defender esto, seguro que demasiado vehementemente, parece haberme convertido -por suerte sólo en aquel espacio, al menos de momento- en un elemento incómodo del que conviene mantenerse a salvo. Les pido perdón por mis excesos, que quizás tengan algo que ver con las experiencias que les cuento de mis inicios como psiquiatra, y quizás con otras previas que, en este momento prefiero reservarme. Aún así, como decía, todo me parece tan sobredimensionado que me parece imposible que no haya razones emocionales más profundas que justifiquen tanta intensidad.
En este sentido, creo que poco más que las habituales envidias y rivalidades de cualquier grupo humano debe de haber, quizás con algún matiz político en tanto en cuanto podía vislumbrarse la futura institucionalización del psicoanálisis multifamiliar a nivel local e internacional. Ahí quizá resonaron nuestras interdependencias previas en sintonía con las de las familias a las que intentábamos ayudar… Me van a permitir que no entre en detalles. Por respeto a mis compañeros y a mí mismo no lo haré. Con ellos, en un ámbito más privado, sigo dispuesto a aclarar lo que haga falta y también a no hacerlo si así lo prefieren. En el último congreso les seguí sintiendo distantes emocionalmente, pero más cerca en lo ideológico y en el modo de proceder. Pienso que todos hemos ido evolucionando durante estos años. Así lo creo aunque no deja de sorprenderme esta dificultad que tenemos para hablar de determinadas cosas, por muy conductores multifamiliares que seamos. Pienso, además, que lo que nos pasó, ocurre hasta en las mejores familias, incluso de psicoanalistas multifamiliares. Volviendo a las jornadas de Bilbao 2009, voy a hacer una cita literal de la ponencia de Maruottolo8: “Fue palpable lo evidente de lo violento en todas sus formas, pero aún más en lo no manifiesto, lo oculto y los efectos sobre las subjetividades. Con el tiempo he visto en los pacientes que “pudiendo hablar de esas cosas que no conviene tratar”, al poderlas pensar, sentir y dialogar en grupo, se genera una liberación que es sustrato para otros procesos emancipadores que generan nuevos recursos Yoicos genuinos.”
Una vez relatada mi vivencia, entendiendo que dificultades análogas se pueden haber dado en otros equipos, independientemente de su nacionalidad, les ofrezco tres cuestiones para pensar desde el punto de vista técnico: la primera es la importancia de intervenir o no, y cómo hacerlo ante situaciones de riesgo, tomando el control o no, cuándo, cuánto… La segunda sería pensar si, en el grupo de psicoanálisis multifamiliar, de forma análoga al establecimiento de la neurosis de transferencia en el psicoanálisis bipersonal-, podría transferirse la trama enfermante al equipo de conductores, en un intento de resolución no exento de riesgo para el equipo. La tercera cuestión que les planteo es que, si le concedemos importancia a intentar resolver los conflictos en los equipos de profesionales y esto resulta, frecuentemente, demasiado difícil, quizás podríamos, al menos, reflexionar sobre nuestra dificultad. En este sentido quiero citar a María Elisa Mitre14 cuando repite en varias ocasiones en su libro “Las voces de la locura” que muchos procesos eran posibles porque El Dr. García Badaracco siempre estuvo dispuesto a resolver los conflictos que surgían en los equipos. Lamentablemente, no podremos ya contar con él para ayudarnos en eso, pero su recuerdo habita, estimulante, dentro de cada uno de nosotros. Concluyo trasmitiendo mi esperanza para que otras ausencias que quizás tienen más que ver con nuestras tramas, puedan resolverse pronto y podamos seguir enriqueciéndonos con nuestra diversidad.
Muchísimas gracias. Quedo a su disposición para lo que consideren oportuno.
Bibliografía
1 Scheler, M. “El resentimiento en la moral” S.L. Caparrós Editores. 1927.
2 Gállego, A. “La esperanza de curación. Selección de artículos de psicoanálisis” Ed. CPM. 2011.
3 Kohut, H. [1966]: “Forms and transformation of narcissism” Journal of American Psychoanalytic Association 14:243-272.
4 Irviney, M. [1951]: “The narcissistic type in psychoanalysis” American Journal of Psychoanalysis 11:13-20.
5 Rangell, L. [1982]: “The self in psychoanalytic theori” Journal of American Psychoanalytic Association 30: 863-891.
6 Nasio, J.D. [1996] “Cómo trabaja un psicoanalista.”Ed. Paidos Ibérica. Argentina. 1996.33
7 Mitre, María Elisa [2009]: “El proceso de des-identificación de las identificaciones enloquecedoras a través de un ejemplo clínico”. Inédito.
8 Maruottolo, C. [2009] “El psicoanálisis multifamiliar como dispositivo terapéutico hipercomplejo.” Avances en Salud Mental Relacional, ISSN-e 1579-3516 Vol 8 Nº 2, 2009
9 Chused, Judith F. [2012]: “The Analyst’s Narcissism” Journal of American Psychoanalytic Association vol. 60 no. 5, 899-915.
10 Russo, F.; Scavo, A.; Villela, G. “Gruppo di conduzione in Psicoanalisi Multifamiliare: setting e contratransfer”. Inédito. Roma 2011.
11Martín, T. [2015] “La interdependencia: derivados metapsicológicos.”. Inédito.
12 Burguillo, F.; Galán, T. “In cerca del “me stesso” terapeuta”. Inédito. Roma. 2011.
13 García Badaracco, Jorge E. [2000a]: “8. Técnica, dinámica, problemáticas y temáticas en el proceso multifamiliar”, págs. 259-317.
14Mitre, María Elisa [2007]: “Las voces de la locura. Historias verdaderas de una clínica psiquiátrica”. Ed. Sudamericana. Buenos Aires. 2007.