“…tratando permanentemente de ampliar las fronteras de aplicación del pensamiento psicoanalítico a campos de la mente humana en los que Freud encontró (…) barreras, muros o dificultades aparentemente infranqueables”.
J. García Badaracco, El potencial no desarrollado en el pensamiento psicoanalítico de Sigmund Freud (2003a)
Abstract:
Las consecuencias benéficas y duraderas de la acción preventiva en salud psicoemocional y psicosomática son altamente probables si ocurren durante la concepción, el parto, la primera infancia y la crianza hasta la juventud, etapas en las que se construyen los recursos que resultan imprescindibles en el camino a la maduración.
Ubicándonos en el contexto de la pareja que desea tener un hijo, vemos que ambos ponen en movimiento en el vínculo y en cada uno, vivencias de todo tipo, expectativas, proyecciones y depositaciones varias.
Los futuros padres condicionan desde las identificaciones y presencias de cada uno y de sus familias de origen, incluso de sus generaciones anteriores, el engendramiento, embarazo, parto y los proyectos de crianza del hijo.
Hablar de identificaciones transgeneracionales supone considerar traumas, secretos y duelos no elaborados en ambas ramas familiares que pesarán sobre los hijos a través de los vínculos de interdependencias enfermas y enfermantes.
Conocemos el sufrimiento de muchos hijos y padres debido a que no han contado con la posibilidad de descubrir y pensar acerca de la trasmisión a sus descendientes de las vivencias traumáticas sufridas por sus antecesores.
Ayudar y acompañar a muchos padres desde el comienzo de la parentalidad en la construcción de mejores posibilidades internas redundará en la creación de recursos yoicos genuinos en sus hijos.
Introducción
A partir de la novedosa creación de García Badaracco de los Grupos de Psicoanálisis Multifamiliar, hemos vivenciado el sufrimiento mental extremo de personas de distintas edades y sus familias como nunca antes. La carencia de recursos internos para enfrentar las exigencias de la vida y los vínculos con otros, debido a fallos y eventos dolorosos en los años de crianza son una problemática común.
En nuestra práctica clínica experimentamos los esfuerzos profesionales y personales que supone la construcción de capacidades yoicas genuinas con los llamados pacientes y sus familiares. Los costos en recursos humanos y el tiempo de duración del proceso terapéutico que requiere lograr un cambio en la estructura psicoemocional de quien ha sufrido un derrumbe, son ingentes.
Mi propuesta de formar grupos multifamiliares de parejas que se encuentren esperando y/o deseando tener un hijo, junto a puérperas y madres que amamanten acompañadas de sus parejas, integrando a bebés y niños hasta el primer año de vida, surge del intento de prevenir tanto sufrimiento y muchas veces la pérdida de vidas humanas.
También es imprescindible formar grupos de padres y niños y/o familiares desde el primer año de vida hasta el comienzo de la pubertad. A partir de la pubertad y la adolescencia los grupos de hijos y sus padres pueden integrarse según las distintas etapas de la adolescencia dado que tienen intereses y necesidades específicas.
Para este proyecto de prevención en salud mental, son necesarios colegas que cuenten con formación psicoanalítica en niños y adolescentes, con experiencia en la comprensión del lenguaje del juego y el dibujo, pudiendo participar e enriquecer las perspectivas y la comprensión, profesionales en las distintas actividades relacionadas a bebes, niños y adolescentes.
Esperando un hijo
“Vida intrauterina y primera infancia constituyen un continuo, en medida mucho mayor de lo que nos haría pensar la llamativa cesura del acto del nacimiento. El objeto-madre psíquico sustituye para el niño la situación fetal biológica”
S. Freud: Inhibición, síntoma y angustia
La intuición de Freud respecto de la continuidad entre la vida fetal, la post-natal y la primera infancia me sorprende desde siempre. Las investigaciones del estado fetal, las nuevas tecnologías y los avances de las neurociencias dan sobrados fundamentos para valorar la importancia del estado psicoemocional de la madre y de la influencia neuro-hormonal de la misma en la salud y el desarrollo fetal.
La hipótesis de Tamara Landau en relación a la transmisión de las huellas de la relación de fusión entre la madre y la abuela durante su propia vida fetal:“…la memoria especifica del estado de embarazo que le permite transmitir al feto una imagen del cuerpo y un modelo funcional a partir de la experiencia vivida con él, a lo largo del embarazo y de lo vivido con y por su propia madre durante su vida fetal” permitiría una justificación a las intuiciones acerca la herencia transgeneracional, de S. Freud apoyado en las teorías lamarkianas.
Un embarazo deseado por la pareja de los futuros padres, la armonía y bienestar en la relación y un grado suficiente de maduración yoica alcanzado por ambos, serán beneficiosos para la adecuada estructuración psicoemocional del hijo en gestación. Sabemos que estás son condiciones ideales y poco frecuentes en la vida real. Los embarazos no deseados o buscados para unir a la pareja, las mujeres que sufren duelos o la pérdida de su pareja cuando se embarazan y situaciones dolorosas de toda índole afectan a uno u otro partenaire o a ambos.
Las consecuencias condicionantes de la relación de interdependencia recíproca madre feto, nos alertan acerca de las posibilidades internas que debiera tener la madre gestante y la necesidad de contar con otros, en caso de carecerlos. T. Landau sostiene que “para que el niño pueda sentirse vivo antes de nacer es necesario que la madre tome conciencia de su presencia durante todo el embarazo para dirigir una espera y una atención suficientes para con él, para conectarlo con las diferentes emociones, sensaciones y percepciones intra y extra corporales experimentadas,…”.
Muchas son las historias de sufrimiento, incertidumbres y carencias que escuchamos de quienes esperan un hijo, por ello es tan valiosa la posibilidad de compartir junto a otros que están en la misma situación o acaban de atravesarla. Las dudas, incertidumbres, temores, soledad, sentimientos de desamparo y todo tipo de eventos difíciles compartidos se vuelven más tolerables y reciben de parte de muchos otros, además del acompañamiento, posibilidades de solución o por lo menos intentos de mejora.
La afirmación de la psicoanalista T. Landau, aporta otro fundamento a la inclusión de los padres en los grupos que propongo “El padre real, si está presente durante el embarazo, también va a reactivar esta memoria y va identificarse al niño y a la madre según su propia experiencia vivida. Conocemos las situaciones de celos y rivalidad que muchos hombres pueden sentir durante el embarazo de su mujer por sentirse excluidos o poco protagonistas, participar activamente en la experiencia vital de ser padre podrá prevenir muchas complicaciones en los vínculos familiares.
Nacimiento y primer año de vida
“El feto no puede notar más que una enorme perturbación en la economía de su libido narcisista. Grandes sumas de excitación irrumpen hasta él, producen novedosas sensaciones de displacer; muchos órganos se conquistan elevadas investiduras, lo cual es una suerte de preludio de la investidura de objeto que pronto se iniciará;….”
S. Freud: Inhibición, síntoma y angustia
Ubicándose dentro de la concepción psicoanalítica que enfatiza la estructuración vincular del sujeto, Badaracco sostiene que “la presencia de los otros en nosotros, comienza desde los primeros momentos de la vida” y que “la relación madre-bebé es una forma particular de interdependencia recíproca”
Nacemos en estado de desamparo e inermidad. Si el infans no encuentra el auxilio de una madre con posibilidades de conectarse con sus necesidades emocionales, sufrirá una vivencia de interrupción en la continuidad de su ser (Winnicott), debiendo reaccionar al dolor de la ruptura conformando un falso self, protector del verdadero, en un vínculo de interdependencia enferma y enfermante. Esta situación se consolida si los fallos maternos son frecuentes en la etapa de dependencia total (Winnicott).
En la medida en que la madre no pueda reflejar y contener el ser auténtico de su bebé con capacidad de “sostén” (Winnicott) y “reverie” (Bion) en continuidad en el tiempo primordial de la estructuración, provocará en su hijo una vivencia de vacío, sin que pueda internalizar experiencias de integración y delimitación del self, suficientes y apropiadas.
Desde la experiencia clínica con niños podemos afirmar con M. Elisa Mitre: “…el ser humano comienza a existir en la medida en que primero siente que existe para otro”. Esta experiencia también la vivenciamos en los grupos terapéuticos, en los que la posibilidad de sentir que se es importante y valioso para otros, que tienen capacidad de ver la virtualidad sana del ser más allá de las formas que adopta el sufrimiento, es el comienzo de todo proceso reparador y de redesarrollo. Esta autora también afirma que “La percepción de ser invisible para los padres es una de las peores vivencias que puede tener un hijo”. La atroz sensación de ser parcial o totalmente transparente para los padres o los demás, puede producir la vivencia enloquecedora de vivir en un mundo paralelo.
La inadecuación de la madre hace descubrir al bebé prematuramente la existencia del otro en forma traumática. Le impide la necesaria vivencia de poder crear el mundo a imagen y semejanza de sus necesidades. La madre carente de recursos internos suficientes no le permitirá la construcción de un espacio transicional (Winnicott), espacio que no pertenece ni al adentro ni al afuera y en el que dan los procesos de creatividad. Lo deseable es que el infante evolucione desde un “estado de ilusión” a otro de una tolerable “desilusión” para arribar al desarrollo de una subjetividad espontánea y auténtica.
En los casos extremos de falta de recursos de la madre o de desconexión de ésta por distintos motivos, el infans tendrá una vivencia de dispersión y de falta de límites que pueden ir desde la hiperquinesia a los estados autistas o psicóticos en la primera infancia. Experimentará la vivencia enloquecedora de no tener límites, de carecer de una piel psíquica (D. Anzieu) que contenga al yo y sus experiencias.
Piera Aulagnier en su propuesta de representación primitiva, nos habla de cuando la madre en la presentación del pecho a su hijo, por desconexión emocional o perturbaciones de distinto tipo, le puede generar un “pictograma de desencuentro”, cuyo contenido vivencial es de que su boca le es arrancada junto al pezón. Vivencias corporales que encontramos en las anorexias del bebé y otros padecimientos y psicosomatosis tempranísimas.
De fundamental importancia clínica es lo que afirma Badaracco de la interdependencia madre-hijo: “…se dice siempre que el niño depende de la madre, pero en realidad la madre depende del niño más sutilmente de lo que ella imagina. El niño percibe ésta dependencia más que nadie en el mundo y la utiliza desde muy pequeño. Muchas madres y padres necesitan del hijo para sostenerse o completarse, para calmar sus angustias o sentimientos de soledad, para no perder un precario equilibrio psíquico o como una presencia vital para contrarrestar vivencias depresivas y duelos no elaborados.
La vivencia de la madre muerta que Green conceptualiza para describir a la madre que está deprimida o en duelo o el hijo como objeto antidepresivo de la madre que describe Winnicott, son circunstancias de la vida privada que pudiendo compartirse en un grupo multifamiliar ofrecen la posibilidad de ayudar a las madres y a los hijos.
María Elisa Mitre se distingue por acentuar el aspecto vivencial de esta primera y particular relación de interdependencia mutua: “…el hijo vive la relación con su madre en términos de las vivencias que la madre le despierta, y… el bebé despierta en la madre las vivencias de su propia infancia”.
Padres e hijos a partir del primer año hasta la pubertad
Las posibilidades reales para ejercer la parentalidad estarán dadas por la calidad de las presencias internas de los padres que se tuvieron en la infancia. Los recursos internos o su carencia para la crianza de los hijos, dependerá de lo que se pudo o no construir en cada etapa de la maduración de ambos padres.
La espontaneidad y la creatividad son el rasgo más auténtico del sí mismo verdadero a lo largo de la vida. Ella acontece como nos enseña Winnicott en ese lugar, ni del todo adentro ni del todo afuera, como llamó al espacio transicional. Espacio potencial aportado por los cuidados de la madre suficientemente buena. M. E. Mitre expresa al respecto: “… los padres a veces no pueden aceptar la espontaneidad de los hijos porque les resulta peligrosa. Seguramente habrán padecido algo similar con sus propios padres….es más tranquilizador ver a su hijo frente a una computadora que desplazándose espontáneamente por el mundo”.
Los hijos que “se pierden en la casa y no en la calle” no lo hacen por falta de presencia física del padre o excesiva ocupación de la madre. Tampoco por falta de amor o buenas intenciones y deseos de dar lo mejor en la crianza. Lo que habitualmente ocurre es que los hijos, niños o adolescentes no son vistos por los padres y su entorno en sus vivencias y emociones, todo aquello que constituye la singularidad de su ser auténtico, la esencia de la subjetividad. O sea que lo problemático es el punto de partida, quien no registra al otro no puede respetarlo, produciéndose así desencuentros dolorosos en los vínculos y falta de confianza de los hijos en sus padres.
Frecuentemente escuchamos decir “éste niño no tiene límites” o “hay que poner límites a los hijos” cuando de lo que se trata es que la madre o los padres son los que carecen de límites para identificar al hijo como otro, con sus ritmos y necesidades desde que nace. Por otro lado los padres que carecen de límites en su vida personal, ofrecen esos modelos de identificación que los hijos internalizan y expresan en los ámbitos de socialización.
En cuanto a poder pensar libremente vuelvo al rico concepto de “reverie materno” de Bion. Es la capacidad continente de la madre de las sensaciones en bruto del bebé, transformándolas en la materia prima del soñar y el pensar saludables. Como podemos ver siempre volvemos a los tiempos estructurantes de los primeros vínculos, a la fundamental importancia de la crianza de los hijos y al apoyo y asistencia a la parentalidad que como profesionales de la salud podemos aportar.
El grupo psicoanalítico multifamiliar es continente y sostén de las vivencias más dolorosas de todos. Son aceptadas desde un profundo respeto y empatía emocional, otorgándoles un estatuto de realidad y reconocimiento. Distinto es lo que ocurre en las familias donde generalmente se discuten y cuestionan las vivencias de sufrimiento o soledad de los hijos, pues provocan un dolor invivible en los padres que se encuentran con la denuncia de sus carencias.
El clima vivencial constituye la argamasa del ser de todos, es el caldo de crecimiento de todos sus participantes. El grupo es como un sistema múltiple de espejos que reflejan las vivencias que se despiertan en cada uno alimentando un clima emocional muy reparador para todos del que no se sale igual a como se entró.
Se trata de encontrar en el grupo las posibilidades más adecuadas para ayudar a padres con un hijo “problemático”, posibilidades que desconocemos de antemano como terapeutas, y que permite poner en juego los recursos más sanos del conjunto, se trata de un descubrir y crear juntos.
Conclusiones
“…una verdadera curación pasa necesariamente…por el rescate del mundo vivencial que cada uno de nosotros contiene como ser humano. Muchas veces lo más auténtico de uno mismo es lo que menos ha podido desarrollar y que a veces no ha podido compartir con nadie en su vida”.
J. G. Badaracco, “El futuro del Psicoanálisis Multifamiliar”, (2001c & 2009a)
Asi como Freud afirmo que la anatomía es el destino, los psicoanalistas multifamiliares podríamos afirmar que la salud o enfermedad en la trama familiar es el destino de los sujetos. En el caso de sufrimiento en la trama familiar, si no aparece la posibilidad de cambiar en relación con otros que puedan funcionar como terceros, el futuro es sombrío justamente por lo que expresa M. E. Mitre “Durante su vida, este ser sufriente dependió de personas sin recursos que no pudieron cuidarlo como necesitaba. Esto lo llevó a estar más expuesto a situaciones traumáticas”.
Comprobamos permanentemente la afirmación de García Badaracco: “las características de los otros que han sido importantes en nuestra vida, se han incorporado como ‘presencias’ en el mundo interno que, a través de las ‘interdependencias reciprocas’ que mantienen con el Yo, condicionan la variedad de vivencias que nos constituyen….”. Son presencias muchas veces atormentadoras, paralizantes y censuradoras que impiden el crecimiento y la maduración de los hijos y producen sufrimientos expresados crípticamente o en actuaciones de riesgo.
Afirmo una vez más que, no es falta de amor de los padres o deseos de dar lo mejor a sus hijos con lo que nos encontramos. Los anima muy frecuentemente la determinación de dar a sus hijos una vida sin los sufrimientos que tuvieron de niños. Precisamente es lo que lleva a los peores resultados en la crianza, generando sobreprotecciones asfixiantes o sometimientos al ideal que no permiten conocer al hijo real en lugar del hijo imaginado.
La evidencia clínica muestra que la ayuda que podemos dar a los padres en la crianza de sus hijos, es trabajar dentro del grupo en y con los vínculos entre ellos. Este abordaje posibilita a los padres conocerlos y escucharlos, para registrarlos y respetarlos en su irrepetible subjetividad. A su vez los hijos conocen mejor a sus padres, su historia y la de sus abuelos, sus sufrimientos, sus dificultades y carencias; dejan de verlos como malos o que no los aman.
En los grupos de padres e hijos se da un valor agregado en lo referente a la prevención de la salud psicoemocional y psicosomática; descubrimos que los padres y los hijos que avanzaron en su proceso de construcción de nuevos recursos genuinos, se vuelven agentes de salud no sólo para los demás en el grupo, sino en los distintos ámbitos de su vida cotidiana y social, reproduciendo los beneficios de nuestra tarea.
Bibliografía
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