LAS VIVENCIAS: UNA FORMA REGRESIVA DE VIVIR, REVISAR Y ELABORAR LAS PRESENCIAS DEL MUNDO INTERNO
JOSE LUIS LÓPEZ ATIENZA (PSIQUIATRA), Mª ISABEL BLAJAKIS LÓPEZ (PSICOLOGO CLINICO)

ABSTRACT

No es fácil desarrollar todo un  trabajo sobre el concepto de la vivencia. Quizás porque una vivencia no es algo conceptual, es como su nombre hace mención, “algo vivido y aún no pensado”, dejando ver esta dicotomía entre lo vivencial y lo conceptual, entre lo emocional y lo racional, que  tantas dificultades crea para una compresión integrada de la mente humana, del ser humano.

Vamos a aprovechar la oportunidad para ahondar sobre lo que la vivencia nos sugiere y cómo la entendemos desde nuestra experiencia clínica.

El término “Vivencia” fue creado por Ortega y Gasset, filósofo madrileño (1883-1955) para traducir la palabra alemana “Erlebnis”. Viene a significar: “La experiencia de un sujeto que contribuye a formar su personalidad” (Maria Moliner: 1998)  Este mismo pensador creó la famosa frase: “Yo soy yo y mis circunstancias” dejando ver que el yo de los seres humanos está influido por el entorno vital constituyendo un todo: “no puedo separar el medio del que vivo de mi yo pues vivimos inmersos en el espacio y ambiente que nos corresponde”. (J. Ortega y Gasset)

La filosofía se ha esforzado en encontrar los razonamientos necesarios para explicar la naturaleza, causa y finalidad del mundo físico, más allá de lo perceptible por los sentimientos.  Pero muchos filósofos han entendido que el mundo del yo humano no se compone sólo de razonamientos. Unamuno (filósofo bilbaíno que influyó en Ortega) decía que “Es de la fantasía de donde surge la razón y no al revés”. De esta manera, la poesía y la filosofía se aúnan para encontrar sentido a  la existencia humana.(González Serrano 2015)

Otra filósofa y pensadora, María Zambrano (1907-1991), malagueña, discípula manifiesta de Ortega y Gasset,  que en 1940 escribió: “El freudismo, testimonio del hombre actual”, basó gran parte de su obra en lo que ella llamaba: “El diálogo poético con la filosofía”. Defendía que cualquier discurso racional se encuentra colmado de una interpretación previa a la realidad, interpretación que es siempre simbólica, sentimental y decía: “El sentir nos constituye más que ninguna otra de las funciones psíquicas, diríase que las demás las tenemos, mientras que el sentir lo somos” (Maria Zambrano).

Todos estos pensadores dan un valor esencial a la vivencia, a la fantasía y al sentir como influyentes en el pensamiento y razonamiento, como algo que surge antes del razonamiento y que va a influir en la configuración de éste en cada ser.

  1. Natch, psicoanalista francés con el que se analizó Badaracco durante su formación en Francia, decía que “cada uno cura según es”, dando un valor a lo personal de cada uno, a una subjetividad donde un sujeto desde sus experiencias personales se hace cargo de otro sujeto con la intención de comprenderle y desde ahí ayudarlo a paliar el sufrimiento psíquico.

 

EL USO DE LA VIVENCIA EN BADARACCO

En el 2003 en una conversación telefónica  que mantuve con Badaracco para invitarle a un congreso que estaba organizando en Bilbao para la A.P.A.G.(Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal) él me comentó que estaba trabajando sobre el concepto de “La Vivencia”, en concreto sobre el concepto de “Curar desde la vivencia”. Me pareció sugerente y de gran valía. Me hizo pensar que las distancias emocionales  que se sugerían, siempre desde la técnica de tratamiento, se adelgazaban dando espacio y valor a la conexión emocional con lo que les pasa a los pacientes y no sólo conceptual.

Posteriormente y hasta donde yo conozco,  no he encontrado en los siguientes trabajos de Badaracco  que él profundizara sobre el tema de la vivencia específicamente, aunque el uso del concepto y la valoración de éste, lo siguió utilizando constantemente. Donde sí que centró su trabajo reclamando una atención importante fue sobre el concepto de “Virtualidad Sana” dejando ver la capacidad que toda persona enferma tiene, por más enferma que esté, de recuperar su salud. Para ello daba un valor principal al “Poder de la Mirada” a lo largo del proceso terapéutico. Mirada que permite ver a la persona verdadera que hay en el paciente, despojada del personaje que tiene que interpretar por las identificaciones patógenas en las que está atrapado. En su trabajo sobre “Virtualidad Sana” decía: “La forma de mirar a un paciente tiene mucho que ver con lo que uno imagina del otro y en ese sentido, el poder ver una virtualidad sana en un enfermo, por más enfermo que esté, condiciona cómo miramos al paciente y por lo tanto, cómo el paciente se va a sentir mirado”. Y añade: “Sentirse mirado con una “virtualidad sana” genera una esperanza. Es importante, en ese sentido, ayudar a que la familia pueda ver la “virtualidad sana”  en el momento en que lo está mirando como que, como se volvió loco, no se va a curar más”.(Badaracco- 2006)

¿Qué relación podemos encontrar entre el concepto del “Poder de la Mirada” que desarrolló Badaracco y este otro concepto del “Poder de la Vivencia”?

Yo creo que hay mucha semejanza, pues desde esta intuición de ver a una persona con todas sus necesidades humanas ignoradas, reprimidas y suplantadas por la identidad de enfermo, ya estamos resonando desde nuestra condición humana con ellos. Ya nos estamos poniendo en la situación de sufrimiento que tiene que estar viviendo el otro cuando se siente atrapado por un mundo lleno de las presencias de otros que anulan sus capacidades, sus deseos y su identidad humana. A partir de estas presencias y anulaciones, ya no es un ser humano más, es un loco que desde su nueva condición de loco se le  ofrecen soluciones  para su enfermedad, para su locura, pero no para su humanidad interceptada y colapsada en “un momento crucial” de su evolución como persona sana. Las soluciones no vendrán por posibilitar un auténtico “Proceso Terapéutico” para la desalineación de la persona y la resolución de sus interdependencias enfermantes generadas con su entorno familiar y así facilitar la emergencia del verdadero ser oculto, sino que serán soluciones para el mantenimiento de las interdependencias a partir de recursos extra-psíquicos que seguirán sin ahondar en las relaciones del conflicto intrapsiquico que subyace en estas personas y en las personas de quienes dependen emocionalmente.

En las veces que le vi trabajar a Badaracco (personalmente y a través de algunos de sus vídeos) nunca le observé utilizar sus vivencias para conectarse emocionalmente con los pacientes y que éstos descubriesen en él a una persona conocedora de lo que realmente les pasaba. Realmente, Badaracco  (y así también me lo han confirmado colaboradores suyos cercanos) no hablaba de sí mismo en los multifamiliares, pero si utilizaba “la mirada”. “La mirada”, su mirada, para conectarse con las necesidades emocionales reales de los pacientes en ese momento de encuentro interpersonal con ellos, al objeto de “dialogar con esa salud virtual”, intuida al principio y descubierta después,  que está a la espera de que alguien la vea y la descubra.

Badaracco utilizaba toda la fuerza que del conocimiento sobre el sufrimiento y el por qué del sufrimiento del paciente él tenía. De esta manera, posibilitaba una vivencia emocional de conexión muy potente, que permitía abrir las defensas que el paciente poseía para proteger su vulnerable y sensible yo, generando un impacto emocional que permitía “exorcizar” las presencias e identidades malignas que, por identificaciones patológicas, el paciente había ido construyendo con las figuras de su entorno, en un proceso de maduración emocional influido por las interdependencias enfermantes. (Badaracco-1998).

De esta manera, el paciente se abría a la confianza al sentir que alguien le entendía, que alguien entendía de su sufrimiento desde el punto de vista de la conflictiva humana del vivir en relaciones humanas y sobre todo en las relaciones familiares. Este entendimiento del sufrir le devolvía al paciente la dimensión humana de su padecimiento en lugar de la visión “inhumana” perteneciente a lo incomprensible, a lo temido y a lo loco.

REFLEXIONES SOBRE LAS VIVENCIAS

Podríamos pensar que la vivencia ¿es una experiencia emocional vivida? o cuando hablamos de vivencia emocional ¿estamos queriendo transmitir algo más?

Parece que cuando utilizamos la palabra vivencia tuviésemos la intención de expresar algo de mayor calado e influencia que lo que el término “experiencia emocional vivida” puede expresar.

En este sentido La Vivencia parece que tendría más carga subjetiva, dentro de que en ambas formas la subjetividad va a estar presente y quizás esta subjetividad va a dar valor a la vivencia al ser algo vivenciado por uno mismo desde su subjetividad.

Por otro lado, parece que La Vivencia hiciese referencia a acontecimientos traumáticos y dolorosos que han quedado impactados y grabados en un lugar de recuerdo imborrable.

La Vivencia haría referencia a una experiencia emocional vivida con otros y el resultado sería la inclusión de lo acontecido y los protagonistas en el interior de la mente, ocupando probablemente áreas de lo consciente y mucho del inconsciente. Por eso,  acontecimientos vividos en el momento presente remueven y evocan acontecimientos de semejanza emocional del pasado, guardados en el inconsciente. El revivir será lo que genere tanto impacto ya que hace que emerja el acontecimiento guardado en el consciente (recuerdo) y todo lo guardado en el inconsciente (vivencia).

VIVENCIAS DE LOS PACIENTES DE SUS FAMILIARES Y LAS NUESTRAS 

VIVENCIAS DE LOS PACIENTES:

En el vínculo que establecemos con los pacientes graves nos damos cuenta que cuando les acompañamos al recuerdo de las situaciones traumáticas que han vivido, (las más cercanas que tienen son las crisis desorganizativas y los ingresos hospitalarios) hay un rechazo manifiesto. Lo que para nosotros sería recordar, para los pacientes supone revivir en vivo y en directo dichos acontecimientos, dándonos a mostrar que la dimensión del paso del tiempo no ha influido en los acontecimientos traumáticos para reducir la carga de sufrimiento que dichos traumas infringieron en la vida del paciente.

Podríamos decir que la “experiencia traumática” se ha convertido en “vivencia traumática” a partir del suceso donde: 1º) el horror de la indefensión del yo, 2º)  la consecuente dependencia del agresor y 3º) el daño del aplastamiento traumático, provocan una lesión en la capacidad de amar (al ser vulnerada la intimidad) y una invasión del odio, dejando al yo atrapado en las siguientes vivencias: a) violación de la intimidad, b) incapacidad de amar, c) invasión del odio y d) incorporación en el mundo interno de la figura del agresor por la dependencia maligna que se establece con él (Síndrome de Estocolmo) ¿Serán estas las claves para saber por qué un acontecimiento traumático se puede convertir en Vivencia Traumática, más allá de la dureza del trauma o agresión emocional que el exterior infrinja?

Un paciente muy grave, con un gran sufrimiento psíquico, al que atiendo desde hace muchos años, me hace llegar ese sufrimiento a través de decirme: “Estoy vacio, tengo la cabeza hueca”. De esta manera él expresa el sufrimiento de no poder amar a nadie por encontrarse lleno de odio generado por haber vivido en una dependencia total con su familia y sobre todo con un padre enormemente autoritario y tiránico (al que tenía ya incorporado en su interior, habiéndose identificado con él)  que además era su jefe laboral e invadía su yo desde el sometimiento impidiéndole su desarrollo personal al considerar a su hijo su brazo derecho en el negocio familiar, de modo semejante a como había hecho su padre (el abuelo paterno del paciente) con él. Esta dependencia total familiar había hecho que fracasara en sus proyectos vitales de autonomía, quedándose atrapado, desde la culpa y la dependencia, con el sometedor.

Por lo general y debido a su frágil yo, los pacientes están llenos de vivencias dolorosas y traumáticas por lo que apenas pueden revivir experiencias satisfactorias y enriquecedoras. Esto se debe a que constantemente están recibiendo y reviviendo traumatismos emocionales que pasan desapercibidos para todo el mundo pero que van erosionando su precario “yo” por la hipersensibilidad con la que queda éste, derivado de las vivencias traumáticas.

Esta hipersensibilidad yoica activaría lo que Marcelo N. Viñas denominó “miedos ancestrales: como el terror al dolor infinito y el miedo a la agonía interminable y sin fin” (Marcelo N. Viñar- “Especificidad de la tortura como trauma”).

Este terror al dolor infinito  y al miedo debilitarán al yo. Dicho terror hará de enlace de las sucesivas experiencias traumáticas convirtiéndose en vivencias traumáticas.

Son vivencias traumáticas que no sólo vienen desde el exterior, desde el no sentirse seres lo suficientemente valiosos para ser merecedores de respeto y valía, desde las descalificaciones que sienten al ser vistos sólo como pacientes. Estas vivencias traumáticas vienen también desde su interior y con  mayor grado de intensidad, al venir desde las culpas primitivas, autocastigandose y dando lugar a la construcción de voces que colonizan su mente y no les dejan pensar o a las vivencias terribles de sentirse perseguidos para causarles un daño, a modo de castigo, en base a lo “malos” que se sienten.

 

 

 

VIVENCIAS DE LA FAMILIA

Las vivencias de los familiares en la mayor parte de los casos difieren de las de los pacientes. Habitualmente la vivencia dominante es la de ser padres de pacientes mentales, de pacientes locos. Vivencia que va cargada de resignación, vergüenza, miedo, sufrimiento y dependencia. Son colectivos que viven atrapados en esa vivencia, que a diferencia de los pacientes sufren menos cambios, pues les cuesta mucho separarse de dicha vivencia de ser padres, al estar siempre alerta de nuevos episodios traumáticos debido a las temidas repeticiones de episodios de crisis. Esto es lo que les han informado respecto a la cronicidad de la patología mental grave. Los familiares estarían en una vivencia de “crisis larvada y permanente”.

La información que les han hecho llegar a las familias (sobre la enfermedad mental grave y su pronóstico) se basa en: es una enfermedad crónica, para toda la vida y por lo tanto incurable, que cursa a brotes que hay que evitar,  que hay que estar (tanto el paciente como la familia) al tanto de los “avisos” (pródomos) que la enfermedad genera para anticiparse a dichas crisis, que son las que provocan un deterioro grave.  Todo esto ocasiona en las familias un nivel intenso de angustia y de dependencia con los hijos enfermos, reforzando  la vivencia de ser padres de esta manera, para toda la vida, igual que la enfermedad, ¡“para toda la vida”!. Constituyéndose como “padres crónicos”.

En un Grupo Multifamiliar unos padres compartieron con el grupo el gran disgusto que tenían pues su hijo (un paciente que acababa de iniciar un proceso en el Hospital de Día) al cual criticaban de una total ausencia de comunicación con ellos, les había confesado por primera vez que se sentía triste.

Esta vivencia de ser padres de hijos enfermos crónicos, dificulta los abordajes terapéuticos con las familias, pues precisamente es de esa identidad tan arraigada y exclusiva, de donde hay que liberarlos, para llegar a la persona que hay en ellos al objeto de evitar su deterioro y cronificación.

Esta vivencia es difícil de aliviarla porque se retroalimenta constantemente desde dentro del grupo familiar y desde fuera. Esto se ve constantemente en los Grupos Multifamiliares al formarse subgrupos por identificaciones directas de madres con madres y padres con padres. Subgrupos que impiden la construcción de una matriz grupal donde las identificaciones sean intercambiantes con cualquier miembro del grupo, enriqueciéndose como personas, pudiendo dar ese paso de padres a personas que resuenan con el resto de componentes del grupo.

Este pasaje y esta construcción de la flexibilidad identificatoria no viene dada por sí misma, es necesaria crearla. Donde mejor se puede trabajar y construir esta nueva trama relacional es en el Grupo Multifamiliar puesto que podemos hacerles ver la importancia de liberarse de la dependencia de ser solo  padres, contando además con el reconocimiento por parte del resto del grupo de la necesidad de dedicar un espacio a su sí mismo, aunque muchas veces necesitemos ayudarles a encontrar ese sí mismo  escaso de vivencias que  ha sido colonizado por las vivencias de sentirse padres crónicos.

Cuando las familias empiezan a conectar con esa necesidad de salir de vivir en exclusiva para sus hijos sin culpa, nos encontramos que no saben cómo hacerlo al llevar tanto tiempo cogido por esas vivencias generadas por la dependencia patológica.

En una reciente sesión de familia  (padre, madre, y dos hijos varones en la década de los 40, titulados universitarios superiores, con problemas mentales graves ambos y sobre todo relacionales, el mayor con varias crisis e ingresos) observé  el aspecto enjuto, pálido y de dejadez que presentaba la madre. Dejadez que no afectaba a su higiene personal pues se mostraba limpia y aseada. Probablemente no se había arreglado el pelo desde hacía muchísimo tiempo. Su manera de vestir denotaba cierto abandono, escaso cuidado y nula actualización en las prendas que llevaba, dando la sensación de no haberse preocupado por esa parte de sí misma, de su cuidado personal, desde hacía muchísimo tiempo. Al observarlo pregunto con qué disfrutaba, pues siempre había dado muestras de estar muy ocupada con todos los asuntos domésticos sobre todo (y dicho por ella frecuentemente) por la compra y la comida. Tras unos instantes de pensar su respuesta (y sorprendida por mi pregunta) comenta que sus aficiones son oír música, leer algo y ver algún deporte en la televisión como tenis y atletismo….En su respuesta compruebo que dichas experiencias de “disfrute” las realizaba en la casa y que no existía ninguna conexión con el mundo externo, igual le pasaba a su marido. Sin embargo ambos padres (jubilados de sus profesiones sanitarias) sí dejaban ver el impacto que les provocó la crisis de su hijo mayor acontecida hacía 17 años y cómo toda su vida y preocupación desde entonces, había girado en torno a la patología mental de este, no pudiendo dar espacio a ningún deseo personal, desarrollando desde entonces una vida en dependencia total con la evolución psicopatológica de su hijo. Habían reducido su vida a las vivencias resultantes de ser los padres de hijos (sobre todo el mayor) con problemas mentales severos.

Cuando tratamos a las familias y nos interesamos por la persona que existe más allá de las vivencias parentales, muchas veces nos encontramos con unas carencias yoicas importantes en los padres, que en la mayor parte de las veces obedece a vínculos de dependencia intensa que todavía mantienen con las figuras de sus propios padres. Dichos vínculos se sostienen en vivencias de duelo patológico, que debilitan el sí mismo de cada uno como persona individual. Cuando los padres incorporan a su yo la función paterna con la llegada de sus hijos, parece que dicha función ocupara todo el yo, desplazando, incluso anulando, la identidad a veces precaria identidad, adquirida hasta antes de la paternidad, pasando el yo a depender en exclusiva de las vivencias paternas.

Dichas vivencias paternas van a estar alimentadas por las dependencias que construyen con los hijos. Dependencias que intentarán que no se resuelvan nunca al convertirse en interdependencias, puesto que ya el sí mismo de los padres, necesita de las vivencias de ser padres y no puede subsistir sin ellas y además la sociedad refuerza este tipo de relaciones interdependientes al considerarlas estructurantes de lo que se entiende como “La Familia”

Todo esto se acrecienta aún más cuando aparecen en los hijos problemas de  salud graves y sobre todo problemas de salud mental grave. Cuando aparece en la vida familiar la patología mental las vivencias familiares se circunscriben en ser vivencias de padres de hijos enfermos mentales y el sí mismo de los padres casi desaparece.

El proceso terapéutico deberá de abordar estos aspectos de las vivencias familiares para que, lo mismo que intentamos rescatar el sí-mismo del paciente de las tramas de dependencia maligna en las que se encuentra atrapado,  hacer algo semejante con los familiares a modo de rescatar también a su sí-mismo de dichas vivencias en las que están atrapados.

 

NUESTRAS VIVENCIAS

Quizás sea ésta la parte más importante para el Proceso Terapéutico. Saber cómo reconocer qué hacer y cómo implicar las vivencias que nos surgen en la relación terapéutica.

Vamos a desarrollar algunos aspectos que se nos presentan a modo de reflexiones e interrogantes sobre esta cuestión.

¿Qué aspectos de la vivencia del terapeuta deben ofrecerse al tratamiento?  ¿Aquellos que van acompañados de un relato-recordatorio de lo vivido por nosotros, sugerido por lo que está viviendo el paciente, como si en ese momento hubiese un intercambio de roles y se pudiese decir: “espera ahora te cuento yo”? O, ¿en referencia al momento emocional que el paciente está viviendo y captando vivencialmente por nuestra parte el acompañamiento emocional que necesita, esa percepción vivencial de lo que faltó, debería de aportarse para generar un cambio?.

Pensamos, desde nuestra experiencia, que es necesario hacerlo de esta segunda manera,  al descubrir la falla emocional que hubo, al hilo de experiencias traumáticas vividas.

El temor de conectarnos desde la vivencia está generado por la fantasía de quedarnos demasiado cogidos en eso vivido, perdiendo la distancia terapéutica. Esto nos sacaría del poder pensar y nos conectaría con lo desestructurado, lo sincrético (lo no concreto)  de nosotros mismos que nos arrastra a una sensación de pérdida de control, haciéndonos conocedores de nuestros aspectos semejantes de dolor psíquico.

LOS OTROS EN NOSOTROS EN LA VIVENCIA.

Las vivencias son estados emocionales regresivos donde podemos detectar por nuestra parte, un escenario emocional en el cual reconocer las presencias de los protagonistas del trauma. Cómo esas presencias, desde las identificaciones parciales patológicas, siguen estando ahí, a la espera de ser evacuadas desde una serie de intervenciones vivenciales que acompañen al paciente para hacer frente a dichas presencias que tienen atrapado al yo verdadero y sano del paciente indefenso. Esa evacuación de esos “otros” se realiza a modo de exorcismo, con la fuerza y el poder del exorcismo (vivencia de enfrentamiento con el daño y la maldad).

De esta manera, el paso de lo inconsciente a lo consciente tendrá un acompañamiento emocional-vivencial desde nosotros, consiguiéndose un efecto terapéutico de cambio que no se consigue sólo haciendo consciente lo inconsciente.

Esta implicación emocional-vivencial desde nosotros hará imprescindible la Coterapia.

LAS ACTITUDES INTERPRETATIVAS.

Utilizando la intuición desarrollamos la capacidad de ver lo obvio que nadie ha visto en un paciente. Intuimos en él sus necesidades de amor, de comprensión y de ponernos en su lugar. Esta capacidad de intuir lo obvio generará actitudes de gran valor terapéutico y de construcción de vínculos de interdependencia sana. (Lopez Atienza J.L.- Blajakis López M.I.- 2012)

“El poder ver una virtualidad sana en un paciente por más enfermo que esté, condiciona cómo miramos al paciente y por lo tanto cómo el paciente se va sentir mirado” (Badaracco-2006). Pero, ¿cómo vamos a poder ver a un paciente esa virtualidad si nos la esconde?  Precisamente el sistema defensivo que ha organizado nos esconde dicha virtualidad y además la familia y su relación interdependiente con el paciente no nos va a dejar ver nada más que locura y enfermedad.

Para ello tendremos que intuir utilizando nuestras vivencias intuitivas para creer que esa virtualidad sana está ahí. Esta creencia debe de estar sustentada, no en un ideal, sino en algo ya visto, bien en otros pacientes o en uno mismo. Es decir, en una vivencia sobre algo ya vivido que da la categoría de creencia, de certeza a la experiencia, no solo vista sino vivida. Esto nos permitirá construir “creencias vividas”, no solo oídas o vistas. “Ver para creer” que nos permitirá el “creer para poder ver” en otros seres humanos facetas, de lo que por la propia naturaleza humana, se da como algo común indistintamente de lo que les haya ocurrido.

Muchas veces esta creencia en la virtualidad sana, basada en vivencias ya tenidas, no solo nos permitirá buscarla, sino que nos vamos a permitir reconstruirla donde se destruyó y ahora falta.

Esta creencia, que es necesario construir en nuestro interior y realimentarla en base a nuevas vivencias, es la que aportará esperanza a lo largo del proceso terapéutico, como un valor básico y fundamental para la obtención de cambios.

En este sentido, el valor de la mirada desde las vivencias realizadas en torno a las causas del sufrimiento humano, las creencias obtenidas en base a las experiencias vividas y el creer para ver y ver para creer, nos permitirá construir uno de los factores terapéuticos más valiosos que Yalom describió como “Infundir esperanza” (Irvin d. Yalom- 1986)

El escenario donde más ampliamente se puede trabajar con las vivencias y desde la vivencia es el Grupo Multifamiliar con su gran Clima Emocional.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

 

 

 

 

 

 

Los comentarios están cerrados.