LOS PODERES DEL TRABAJO MULTIFAMILIAR
Rafael Arroyo Guillamón

Abstract

Los grupos multifamiliares ofrecen una gran ayuda a sus integrantes en tanto éstos participen vivencialmente. Es decir, dejándose impregnar por el clima emocional y permitiendo que tomen la palabra sus partes más desvalidas, sin necesidad de disfrazarlas u ocultarlas para aliviar el dolor. El valor de estos grupos reside en su garantía de tolerancia y respeto, así como en el diálogo en primera persona, desde la experiencia propia. Sin embargo, los psicoanalistas multifamiliares solemos caer en lo que Freud denominó el “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Así, en nuestras reuniones y congresos nos resulta difícil dialogar sobre aquellas cuestiones, teóricas o prácticas, que no coinciden del todo con nuestra perspectiva. Ésta, aunque basada en un recorrido personal con determinados autores, conceptos o instituciones, suele sostenerse rígidamente como un ideal. Este trabajo trata de indagar sobre los factores que pueden trabar el progreso del Psicoanálisis Multifamiliar, impidiendo su evolución hacia una metapsicología y una práctica propias pero enriquecidas con diferentes aportes. Con ello, pretende contribuir a su difusión, para que se extienda el beneficio terapéutico que viene proporcionando a las familias que cada vez más lo solicitan.   

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Los organizadores de este encuentro han elegido como título el poder de la vivencia. Nos señalan, sin duda, que la ayuda que ofrecen los grupos multifamiliares radica en el modo particular en que sus participantes los experimentan. Los diálogos que allí suceden parecieran al inicio meras palabras de consuelo. Pero si la persona se impregna del clima de confianza y respeto, y afloran sus partes más desvalidas, sin necesidad de disfrazarlas u ocultarlas, aquellas palabras se convierten en vivencias altamente transformadoras.  

Sin embargo, podríamos realizar otra lectura del mencionado título, tomando el término poder no como verbo (lo que puede o no puede la vivencia) sino como sustantivo. Se alude así a los enredos del dominio y la hegemonía: ¿quién tiene entonces el poder en esta “cura por la vivencia” que son los grupos multifamiliares? ¿Quién posee la garantía de que lo que hoy practicamos responde a lo creado por sus fundadores hace más de cincuenta años?  ¿Basta entonces con reunir a las familias en un mismo lugar y disponerlas a dialogar? Cuestiones pertinentes, en mi opinión, dado que actualmente —al menos en España— los multis se multiplican como los panes y los peces.

Pude percibir algo de estas cuestiones sobre el poder en el último Encuentro de Psicoanálisis Multifamiliar, celebrado el pasado año en Madrid. Muchos de los compañeros presentes, algunos con amplia experiencia, no comprendían que el esquema de trabajo de cada analista es resultado de un recorrido personal y único; una trama singular conformada por sus maestros, los lugares donde ejerció y las distintas personas que atendió. Pues bien, algunos colegas, olvidando que dicha singularidad determina nuestra práctica, cuestionaron severamente lo que no coincidía del todo con su perspectiva, que entendían como la más acertada. Se dudó entonces sobre si lo que allí celebrábamos debía o no considerarse un multi; se denunció una excesiva dependencia de las ideas de García Badaracco; y cada cual sugirió al resto con qué autores y conceptos debían pensarse hoy los grupos multifamiliares. No faltaron las críticas al psicoanálisis, lo que no dejaba de sorprender en un encuentro que convocaba mayormente a profesionales cercanos a dicha disciplina. Finalmente, varios compañeros defendieron su forma de coordinar los grupos como la más adecuada para facilitar el diálogo entre sus participantes.  

Nada nuevo bajo el sol, podríamos pensar. Al fin y al cabo, lo que Freud denominó el “narcisismo de las pequeñas diferencias” (Freud, 1918/2006, p.195) ha marcado la historia del movimiento psicoanalítico; con ayuda —todo hay que decirlo— de cierta actitud dogmática de su creador. Así que cualquier extensión de su método, como es el Psicoanálisis Multifamiliar, no iba a quedar exenta de ese destino. Y menos nos asombrará a quienes acostumbramos a trabajar en grupo, bien advertidos de que las primitivas ansiedades y defensas del acontecer grupal se presentan casi idénticas en las instituciones a las que pertenecemos.

Pero sorprende que todo esto sucediera entre tantos colegas que compartían vinculación, bien personal o bien teórica, con Badaracco. Pues dicho autor, en varias partes de su obra, como en su artículo sobre la “mente cerrada” (García Badaracco, 2010), nos advirtió de estos peligros. Además, el objetivo del encuentro era estudiar el clima emocional de los multis, cuyo valor, precisamente, es su garantía de tolerancia y respeto, así como el diálogo en primera persona, desde la experiencia propia. Son estos elementos los que favorecen desidentificarse de las presencias enloquecedoras, que entorpecen la espontaneidad y el pensamiento creativo. Pero los profesionales, a la vista está, no somos inmunes a ellas.

Si cito el artículo de Jorge, es porque da buena cuenta de que clausurando el oído a otras propuestas incurrimos en la más acientífica de las posturas. Él mismo, en el tiempo en que vivió en Europa, enriqueció su formación freudiana con los aportes anglosajones sobre la comunidad terapéutica, y con los desarrollos franceses sobre la infancia y la familia. Es más, aunque su obra no da testimonio de una herencia directa de Jacques Lacan —a cuyo seminario acudió—, es difícil que se mantuviera ajeno a sus propuestas, en unos años en que el ambiente psicoanalítico en París rezumaba las ideas estructuralistas sobre el lenguaje.

Quizá no sea Lacan, ciertamente, un ejemplo de templanza con sus rivales intelectuales. Pero nombrándolo quiero señalar el daño que puede ocasionar el rechazo de los argumentos ajenos. Existe con este psicoanalista una mutua exclusión: por un lado, sorprende que su prolífica obra marginara durante tantos años el trabajo grupal; y por otro, no es menos llamativo que las prácticas grupales, incluyendo a la escuela multifamiliar, no se abran a sus conceptos, toda vez que es bien conocido el auge que experimentan actualmente, sobre todo en Latinoamérica. Digamos, a modo de pincelada, que fue él quien destacó el papel fundamental, para constituir nuestro psiquismo, del Otro como modelo en el que identificarnos. No por sus características personales, sino por el lugar simbólico que ocupa. Un lugar que es nuestra referencia cuando somos bebés: nos hace de espejo devolviéndonos una imagen unificada y potente en la que reconocernos, para desalojarnos después de esa ilusión de completud. Y todo ello haciendo uso del lenguaje, para dar con él sentido a nuestras vivencias. Pero, siendo que el significado de las palabras nunca es único, ni completo, ni cerrado, el lenguaje nos impide también el saber absoluto, y nos predispone a ese seguro de vida que es, para nuestra salud mental, reconocernos incompletos, en falta y seguir deseando. La condición de todos estos procesos es la palabra, que cuando llegamos al mundo tomamos prestada del Otro. Así que es en la medida en que reconozco al Otro que se constituye y delimita mi psiquismo. El verdadero poder es el Otro, porque es en el Otro que yo soy.  

Pues bien, ¿no es esto lo que opera en un grupo multifamiliar? ¿Acaso no se trata de que sus integrantes, mediante el discurso del Otro, traten de representar lo que no pueden nombrar con palabras y angustia sus vidas? Y los profesionales, entonces, con el descrédito a la palabra de los colegas ¿no caemos en el embrollo imaginario del “conmigo o contra mí”? ¿No es justo lo que pretendemos evitar en las familias que nos solicitan? Léanse aquí algunos de los peligros que pueden trabar el desarrollo de lo multifamiliar, y que le acechan desde dos polos opuestos pero igualmente dañinos. Por un lado, el rechazo de la teoría: para evitar las discrepancias y huyendo de la oscuridad que se atribuye al psicoanálisis, defenderíamos una práctica integradora. Un “tomar de aquí y de allá” que supuestamente nos enriquecería, pero que podría también instalarnos en una terrible confusión. En el otro extremo, el aferramiento a la teoría. Eso sí, sólo a la propia: repitiendo como un catecismo a nuestros maestros y sus conceptos, lograremos que se transmitan como un saber puro que se mantenga intacto con el paso del tiempo.     

Con todo, el actual crecimiento de los multis augura un buen futuro a la que ya hoy podemos denominar metapsicología psicoanalítica multifamiliar, y un vigoroso desarrollo basado en los diferentes aportes, teóricos y técnicos, de sus practicantes. No obstante, no debiéramos olvidar los factores que pueden dificultar dicho progreso, en perjuicio de quienes casi siempre resultan mal parados de estas disputas, nuestros pacientes. Ellos necesitan un poder, sí, pero habremos de elegir bien cuál ponemos a su disposición, el verbo o el sustantivo: bien el poder que verbaliza, es decir, otorga la palabra al Otro y ayuda a quien la enuncia a simbolizar algo de su dolor; o bien el poder que sustantiviza —o sea, hace sustancia, cosifica— y, en la medida en que uno queda atrapado en él, en los vericuetos del “querer tener razón”, queda destituido de su subjetividad, más alienado aún, digámoslo ya: loco.   

 

REFERENCIAS

Freud, S. (2006). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III). En Obras completas (Vol. 23). 2ª ed. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu. (Obra original publicada en 1918).

García Badaracco, J. (2010). Sobre la “mente cerrada”. Revista de Psicoanálisis, 67(12), 19-35.

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